domingo, 4 de diciembre de 2011

EL PROCESO CREATIVO (Jean Pierre Passato)

He decidido escribir un cuento. Me temo que no va a ser una empresa sencilla, pero también estoy seguro de que lo conseguiré. No pido mucho, no quiero escribir "El Cuento", tampoco pido un cuento que maraville, porque soy consciente de mis limitaciones, me conformo con un un cuento pasable, razonable.
Bien, el primer paso está dado: estoy decidido a escribirlo. Siguiente paso: hacerlo.
Quizá debería ser menos impulsivo y dejarlo para mañana. Imposible, soy como los niños: "quiero eso y lo quiero ahora", y bueno, supongo que si lo quiero ahora tendré que obviar que son las dos de la mañana y que mañana hay que trabajar.
Veamos, veamos, Lewis Carroll, vale, no es un cuentista pero me puede ayudar, Cuento Español Contemporáneo, ¿dónde lo puse?, Borges, de acuerdo, Chejov, anda que no tiro alto. Supongo sé si quiero escribir algo medianamente decente, teniendo en cuenta mis carencias debo fijarme grandes modelos, no voy a fijarme en aquel compañero de 6º que escribía tantas redacciones, con lo cual Chejov me sirve, junto con Hemingway, Hoffman y... qué tal algo más moderno como Raymond Carver.
Estoy tumbado leyendo, hojeando, tomando notas. Reflexión: es muy incomodo tomar notas tumbado, la tinta del bolígrafo, gracias al extraño fenómeno de la gravedad termina por no llegar a la cabeza del susodicho y nunca escribe. Bueno, al menos tengo unas cuantas ideas para ir entrando en materia, ya solo falta encontrar el estilo que quiero utilizar y la historia que voy a contar. ¿Sólo falta encontrar el estilo que quiero utilizar y la historia que voy a contar?, si eso me parece poco, o estoy muy seguro de mí mismo o soy un gran ignorante. Probablemente sea lo segundo. Bueno creo que debería acostarme.
¡Mierda!, no encuentro el interruptor, se me acaba de ocurrir una cosa que... o la apunto o para mañana se me habrá olvidado. De nuevo apago y me tapo.
Ayer debí acostarme antes, tengo demasiado sueño como para "seguir" con el cuento. Me pongo frente al ordenador y miro el documento en blanco. Debería ponerme a escribir ya, lo que sea, ya irá saliendo, lo que pasa es que yo lo que quiero es un cuento, con sus principio, su nudo y sus cosas y para eso lo mejor es tener las ideas claras antes de comenzar.
¿Por qué me resulta tan complicado?, que tonterías pregunto, la respuesta es sencilla, porque no soy un genio. Para lo genios todo parece ser muy sencillo. Seguro que lo es. Aunque yo no estaba presente cuando escribían sus genialidades me lo imagino, para eso si me da la imaginación, para una historia completa no, pero para esas tonterías sí. Además si hubieran tardado lo que yo voy a tardar en escribir el maldito cuento no podrían haber escrito cosas como Guerra y Paz o El Quijote, a mi ritmo ni Matusalén hubiera sido capaz, luego para los genios esas cosas son más fáciles.
Vale, dejémonos ya de reflexiones estúpidas, al trabajo, a ver que puedo escribir.
Nada.
Si fuera todo tan sencillo como el soneto que mandó hacer Violante a Lope.
Ya se como voy a empezar: "Un cuento me manda hacer Violante". Mejor no, muy visto, olvídalo. Me temo que me pongo metas demasiado altas, quiero escribir algo que no me provoque vergüenza al darlo a leer, entrañable, que sea original, ya puesto a querer podría pretender escribir Las Mil y Una Noches, por pedir que no quede.
La pantalla sigue en blanco, he cambiado varias veces los márgenes, el tipo de letra, el tamaño, pero la pantalla sigue límpida, salvo por el polvo, porque nunca limpio el monitor. Con la mirada perdida en la blanca imagen del ordenador pienso en lo distinto que era antes escribir. Me refiero al hecho físico de escribir, porque antes era precisamente eso: más "físico". Antes recuerdo que me dolía la muñeca de la intensidad con la que me aplicaba sobre el papel, como queriendo aprehender el momento, tratando de estrujar la idea por miedo a perderla. Al día siguiente algunas frases eran casi ininteligibles, aunque para entonces ya daba igual, los folios se hacían pedazos entre las manos. Me recuerdo también tratando de rescatar alguno de esos girones de la papelera.
Pregunta a mi mismo: ¿terminarás...?, perdón, corrijo: ¿empezarás alguna vez el cuento?.
Respuesta a mi mismo: supongo que sí, el problema es que no se cuándo y lo que es peor no sé si lo terminaré.

Granada. 2004. Ed. Altos Vuelo. Col. Pedanterías.

domingo, 20 de noviembre de 2011

UNA "PREPOSICIÓN" INDECENTE (Francisco Manuel Cardeño)

EPISODIO III: "BAJO" LA LLUVIA           
           Allí estaba yo, con las manos en el volante, luchando conmigo mismo por no apartar la mirada de las líneas blancas de la carretera, lo que no era una empresa sencilla, pues a mi lado estabas tú. La falda, negra, dejaba ver la piel de tus largas piernas que se iluminaba como cien crisoles al contacto con las luces de los coches que nos cruzábamos. La camisa acariciaba tu desnudo pecho y habría deseado que jamás se hubieran inventado los botones.
Así fuertemente el volante con mi mano izquierda y con la otra acaricié todo aquello que sentía que me pertenecía. Sentí un escalofrío al entrar en contacto con tu cuerpo. Tú dormías y no sentiste cómo recorrí tu piel desde las rodillas hasta los muslos, lenta y suavemente, como se acarician las cosas frágiles.
Tome un desvió y nos adentramos en un estrecho camino al mismo tiempo que las gotas comenzaban a mojar el parabrisas. La senda se hizo bacheada y despertaste. Más tarde el camino se abrió y detuve el coche en un pequeño llano, abrigado por los árboles, empapado por la lluvia.
Estábamos parados, el motor encendido y las luces puestas cuando sin mediar palabra, abriste la puerta y bajaste. Aún estaban mis manos en el volante y pude ver como caminabas hasta ponerte frente al haz de luz. La lluvia comenzó a mojar tu pelo y con suaves movimientos acariciabas tu cuerpo para que el agua resbalara y te cubriera entera. Estabas de pie, con las piernas apuntando hacia el suelo, precedidas por unos largos tacones, seguidas de unas altas botas, culminando en un trasero que se mostraba majestuoso al contraluz. Los brazos se abrían como abrazando la noche. Tu cara al cielo y tus ojos cerrados recibían el baño purificador de la lluvia y pude advertir, tras la empapada camisa, tu pecho en su máximo esplendor. Era todo un espectáculo. Yo apenas podía moverme.
Te quitaste las botas y descalza comenzaste a bailar, bajo el agua, girando sobre ti y proyectando sombras en la negra noche.
No pude soportarlo más y me bajé. Te abracé por la espalda y sentí que jamás te soltaría. Tú no podías verme pero me sentías. Sentías mis brazos alrededor de tu cuerpo, sentías la lluvia contra nosotros, sentías mis labios recorriendo tu cuello y sentías mi aliento en tu oído pero... también podías sentirme más abajo, pegado a ti, muy pegado.
Te acariciaba, recorría tus muslos levantando tu ropa, me deleitaba en tus pechos que sentía deseosos de mí. Lamía tu cuello y nos besábamos a la vez que mis manos no dejaban de deleitarse en cada una de las formas de tu cuerpo, sin prisa, lentamente, al son del ritmo que la lluvia nos imponía.
Me gustaba sentir el cenit de tus pechos, duro como el diamante, rasgando mi piel. La palma de mi mano pasaba una y otra vez ante el acicate de tus senos, sintiéndolos pétreos. Seguí explorándote y también pude sentir tu vientre, húmedo y resbaladizo.
Continué y por supuesto me encantó palpar el vello de tu bello sexo, tratando de enredarse en mis dedos. Te apretaba contra mí, fuertemente, con mi mano entre tu piel y tu ropa, pero llegué a dudar si no eras tú la que apretaba contra mí su trasero deseando sentirme más y mejor.
Mi mano, enmarañada en tu sexo, extendió sus dedos y comenzó la caricia más profunda que jamás hubiera imaginado. Nuestras bocas bebían la una de la otra. Tus labios eran el más sabroso de los frutos y se entrelazaron en un infinito abrazo, congelando el tiempo, a la vez que acariciaba las sedas más suaves que las que nunca se encontraron en la India.
Mis dedos sabían acariciarte en un continuo ir y venir. Me deleitaba en tu humedad, lentamente pero con precisión y fuerza. A veces mis dedos jugaban a esconderse dentro de ti, otras te rozaban, y casi siempre te apretaban. Nunca hubiera salido de aquel juego resbaladizo en el que a medida que avanzaba sentía que seguías ganando, y eso me gustaba.
Te diste la vuelta y quedamos frente a frente. Nunca dejamos de besarnos y nunca dejamos de tocarnos y así seguía yo, en ese instante congelado del beso, explorando cada uno de tus rincones, unos más profundos y otros no tanto. La maravillosa circunferencia de tu trasero era una vorágine de placer que mi tacto jamás había sido capaz de imaginar y ahora se me presentaba como la más real de las experiencias. Me encantaba subir tu falda unas veces y otras deslizar mis manos bajo ella, desde arriba, apretando hasta casi arañarte.
Dejé de besarte, te separé con un movimiento de mis brazos y me quedé inmóvil mirándote, emborrachándome de ti. Tu cuerpo, empapado, con los pechos ofreciéndoseme, mirándome, apuntándome. El pelo mojado, tu mirada límpida. Miles de ríos que deseaba beber. Tus pies desnudos. Tus ojos me miraban preguntándome y sin esperar respuesta tu mano se adelantó y acarició la parte más palpable de mi excitación.
No decías nada, simplemente me mirabas y me tocabas, y pude advertir como mordías tu labio en un gesto de placer, cerrando tus ojos por un momento, a la vez que introducías la mano bajo el pantalón para cerciorarte de que todo aquello era real. Así lo sentiste. Era maravilloso sentir tu mano acariciándome bajo la ropa. Te acercaste a mi oído y sin dejar de tocarme me susurraste: “quiero tu polla”
Te llevé hasta el coche y sujetándote bajo los brazos te senté en el capó. Las piernas colgaban y tú, apoyada con tus manos hacia atrás me mirabas pidiéndome algo, a la vez que abrías las piernas.
Ignoré tu deseo y mi boca se dirigió a tus pechos. Rasgué la camisa, frontera de mis deseos, y te lamí. Lamí tus senos queriendo beberlos, mi lengua jugó con tus pezones duros, y mis labios los mordían y los estiraban y sentías que tu deseo se desbordaba y que me querías más abajo. Seguí el contorno de tus pechos reconociéndolos con mis besos hasta llegar a tu vientre y una vez allí casi podía oler tu deseo. Solté tu falda abotonada a uno de tus muslos y quedó como un mantel sobre el que te me ofrecías como un manjar. Agarré tus braguitas y tiré de ellas sin necesidad de que te movieras. Estaba ante mí, mirándome, abierto, mojado, deseoso, húmedo, ansioso, necesitado, expectante, hermoso, impaciente. Mi nariz aspiraba las sedas de tu sexo y mi lengua se disponía a acariciarlo como a la más frágil de las flores. Al primer contacto se contrajo como si tanta espera lo hubiera vuelto cobarde, pero después se entregó a mí rendido. Tu cabeza se inclinó hacia atrás y sé que tus ojos estaban cerrados. Mi lengua jugueteaba con ese punto que tanto me necesitaba, girando en torno a él, una y otra vez, unas veces lento otras muy aprisa. A veces hacía una batida comenzando en lo más hondo y subiendo fuertemente una y otra vez hasta llegar al cénit, a grandes recorridos, sin que ningún rincón escapara a mi lengua. Cuando sentí que deseabas más mi lengua, esta se retiró y los labios aprisionaron tu clítoris.
Y allí estaba yo, con mi cabeza sujeta por tus piernas, sin dejarme ir, y con mi boca bebiendo de ti.
Seguí aferrándome a ti, saboreando, queriendo extraer de tu clítoris el mayor placer. Tus brazos no aguantaron y se rindieron. Entonces tu cuerpo quedó tendido en el coche, liberándome de rus piernas, abriéndose más y más, ofreciendo tu manjar lo mejor posible. Sólo se oía tu respiración y la lluvia. No cesé en mi trabajo ni un momento, y advertí que tu piel estaba erizada, que tu cabeza en el capó no dejaba de moverse a un lado y a otro y que tus piernas estaban cada vez más abiertas hasta casi desgarrarse. Mis manos te sujetaban por los muslos y los acariciaban pero tú apenas lo sentías porque mi boca no te dejaba pensar en otra cosa. Sentías mis labios perfectamente, sentías mi saliva en tu sexo, sentías como a veces, tu clítoris se rozaba con mis dientes, hacia adelante y hacia atrás, y otras veces cómo era mi lengua la que lo acariciaba, sin que en ningún momento acabara aquel movimiento de vaivén provocado por mi succión.
Chupé y chupé cada vez a más velocidad y levantando la vista pude ver como tu vientre y tu pecho se convulsionaban de placer. Tu pecho se llenaba de aire y se desinflaba y tu vientre reaccionó a cada uno de sus movimientos, del mismo modo que el resto del cuerpo reaccionaba ante mis labios con espasmódicas sacudidas, en un infinito orgasmo, que nunca parecía acabar y que, finalmente fue suavizándose y espaciándose cada vez más en el tiempo, hasta quedar rendida y completamente relajada.
Te hice incorporar y resbalar hasta mis brazos, y mientras tu culo se deslizaba por el capó tus ojos se entreabrían, sin apenas fuerzas y mirándome en una especie de pregunta cuya respuesta ya sabías. Al llegar a mí, la punta de tus pies casi tocaban el suelo y notaste como iba introduciéndome dentro de ti. Cuando finalmente pudiste sentir completamente el suelo mojado en tus pies yo estaba ya todo lo profundo que podía estar y volví a ver como mordías tu labio inferior. Apoyaste tu redondo culo en el coche y me abrazaste nuevamente con las piernas. Comencé a entrar y salir muy despacio, pero cuando lo hacía, salía hasta quedarme completamente fuera y cuando entraba era hasta lo más profundo, de modo que mi lentitud se compensaba con mi intensidad y pude verlo reflejado en tus ojos que apenas si podían mantenerse abiertos para mirarme. Cada vez que iba, lento y pausado, podías notar cada uno de los relieves de mi miembro, sentías como cada relieve te acariciaba por dentro sin dejar nada intacto, cada movimiento de mi pelvis te desesperaba de placer. La danza era perfecta, todo mi cuerpo, con ritmo acompasado, se retorcía para culminar el movimiento dentro de ti. Tu cuerpo era un magnífico coro del mío con el que sus movimientos quedaban perfectamente integrados.
Te giraste y ahora estabas sujeta al borde del coche, de pie, mirando hacia atrás, esperando recibirme en cualquier momento, con tus piernas firmes y tu culo esperándome llegar.
La lluvia ahora caía violentamente, como presagio de lo que se avecinaba.
Y así llegué. Justo como más te gusta que te folle, justo como más me gusta follarte. Ahora no era suave como antes, ahora todo era como una estampida, y te penetraba con violencia, con rapidez y sin descanso. Te gustaba sentir mis manos agarradas a tus caderas, y cómo mi vientre golpeaba tu culo a cada movimiento. Tus pies se ponían de puntillas porque te me ofrecías aún más, para sentirme cada vez más y más adentro y yo te correspondía con embestidas más fuertes. Tu cabeza se giraba para verme aunque tus ojos estaban cerrados por el placer. Querías mirarme, porque querías ver como todo mi cuerpo serpenteaba y culminaba su movimiento en cada golpe que recibías por detrás, en un movimiento sin principio ni final, en un hachazo directo a tu interior. Sabías que en cualquier momento llegarías al orgasmo, y completamente entregada a mí sólo te quedaba esperar.
La espera no fue larga. Tus gemidos eran mayores y tus piernas comenzaban a flaquear cuando sentiste como mis movimientos se volvían extraños y espasmódicos, y de repente el calor de mi cuerpo brotaba hasta el tuyo y te bañaba, y te inundaba, y te quedaste sin fuerzas sintiendo como me derramaba dentro de ti, y las rodillas te temblaron, y los músculos se relajaron.
Y allí quedamos, tú tendida sobre el coche, y yo tendido sobre ti mientras la lluvia continuaba.


Málaga. 2006. Ed. Edeneste. Col. Solezar.

sábado, 5 de noviembre de 2011

AVENTURAS Y CUITAS DE DIVERSA ÍNDOLE DE UN HOMBRE DIVERSO (Lucas Pinzón Ontario)


El fin de semana empezó muy pronto, el jueves para ser más exactos, si bien es verdad que con desigual fortuna.

Para empezar, ese día, mi ordenador dejó de funcionar inexplicablemente, justo tres días después de haberlo recogido de la tienda. Allí le habían cambiado un disco duro que había muerto, dejando tras de sí un montón de fotos,  un reguero de recuerdos y un largo camino de trabajo, de modo que volví a llevarlo a arreglar haciendo así valer la garantía que aun tenía la reparación.
Por otro lado estaba yo muy contento pues ese día llegaba a Lisboa un gran amigo mío. Era mi archifamoso amigo polaco Pavel, al que conocí en Londres y que fue quien me hizo la vida más fácil en la capital de la Pérfida Albión. Sí, sólo estuve allí un año, lo sé, pero nos hicimos muy amigos y hacía ya dos años que no lo veía, con lo que mis nervios eran comprensibles.
La mañana de autos, el viernes, que fue cuando quedamos en vernos, habíamos convenido en que los recogería (a él y a su mujer) en la Praça da Figueira tras recibir su mensaje avisándome de la llegada. Yo había intentado llamarlos por teléfono para hacer más fácil el contacto, pero por algún motivo que desconozco sólo podíamos comunicarnos por mensajes, lo que dificultaba el intercambio, ya que mi móvil está en español y escribir en inglés era un arduo trabajo. Finalmente aquella mañana tuve noticias suyas y tras recibir el sms, me aventuré en su busca. Y allí estaba yo, mirando a diestra y siniestra, buscando con la mirada a mi buen amigo, cuando de repente me acerqué peligrosamente a la estatua que orgullosa se yergue en mitad de la plaza. (Lo que viene ahora tiene dificultosa explicación). Alrededor de la susodicha estatua, se levanta, a un palmo del suelo, una especie de tarima de piedra. Flanqueando la tarima y circuncidándola toda hay un pequeño desaguadero dónde la gente aprovecha para tirar latas de cerveza si bien, en multitud de ocasiones, también es arrojado el contenido de éstas tras pasar por un proceso de digestión y metabolización. Es por esto que, mientras yo miraba al infinito buscando al par de desorientados amigos, la línea de mi horizonte quedaba demasiado alta como para observar tal accidente geográfico, y fue así como mi pie, descuidado e inocente, se apresuró sobre el escatológico hueco, propiciando que parte de su contenido, no sólo empapara mi zapatilla y parte de mi pantalón, sino que saliera despedido en un haz de brillante orina que refulgió con los rayos del sol mezclándose con el universo, evaporándose y volviéndose a solidificar (valga la paradoja) en unas preciosas y admirables gotas doradas, que a cámara lenta contactaron con mi sahariana llegando incluso, una de ellas, a besar amorosamente mi cara ungiéndola de por vida.

Si la situación era ya de por sí algo... digamos incómoda, añadiremos a ello que cuatro jóvenes de raza negra y aspecto desenfadado se apercibieron del milagro de la física que acababa de acontecer, lo que me cabreó aun más. Me miraban y se reían mientras yo maldecía para mis adentros profiriendo contra ellos multitud de insultos hacia su juventud y su desenfado. El mundo seguía a su ritmo mientras yo, algo empapado en orín humano y objeto de las burlas de aquellos simpáticos hijos de puta, sacaba mi móvil Nokia última generación del 2005 del bolsillo para llamar a Pavel. Obviamente no pude contactar con él, eso habría sido demasiado fácil y el destino ya me había avisado de que sólo podría ponerme en contacto con él a través de mensajes de texto. Mientras las risas retumbaban y el olor comenzaba a hacerse patente me dispuse a escribir un infinito mensaje en inglés para advertir a mi amigo de que que por motivos X (que él despejara la X si quería) me iba a retrasar un poco. Afortunadamente mi casa está bastante cerca de la plaza de la fatalidad, así que me dirigí a ella mientras escribía el mensaje a la par que emitía señales olorosas marcando el territorio de sabe Dios que incívico cabrón.
Cuando ya parecía tener escrito el mensaje, al parecer el destino quiso volver a reírse de mí y recibí una inesperada llamada telefónica. Acababa de joder el mensaje que tenía casi terminado. Era alguien que hablaba muy rápido y que trataba de explicarme, en un perfecto e incomprensible portugués, que mi ordenador tenía un problema con las "actualizaçoes" y que "no sé qué de bla bla bla" y de la "reistalaçao do sistema operativo". La verdad es que mi ordenador me importaba una puta mierda. Yo apestaba a diez metros, tenía una gota de orina en mi cara y mil en mi ropa, tenía a una pareja de polacos perdidos en Lisboa y esperando tener noticias mías y cuando ya casi tenía el mensaje escrito va y me llama el tío. ¿Cómo se pueden juntar tal cúmulo de incómodos y simpáticos imprevistos en tan poco tiempo?

Finalmente, al parecer, accedí a que me reinstalara Windows, aunque la verdad es que no recuerdo muy bien lo que hablamos, y tras su interrupción volví a escribir el mensaje, más sucinto esta vez. Es curioso como la adversidad aguza nuestro sentido de la síntesis. Tras ello, y ya en la puerta de mi casa, subí raudo y veloz y me metí en la ducha, liberándome de aquella broma que el destino había querido jugarme.

Lo demás es otra historia y, como decía Michael Ende, debe ser contada en otro momento.


Lisboa. 2011. Ed. Saudades. Col. Viajeros.

miércoles, 5 de octubre de 2011

PERIPLOS Y EPISTOLAS. CAP. IV. Como en España pero en inglés (Pedro Pablo Passatini)

¿A qué me refiero con esta sugerente, enigmática e ingeniosísima pregunta? pues que yo creía que sólo en España éramos cutres. Sí, y  me parece a mi que hay más sitios donde se hacen las cosas reguleramente. Me estoy refiriendo a la nevada de antiyer y ayer aquí en Londres. Resulta de que se puso a nevar el domingo por la noche (bueno, en realidad a las 7 de la tarde, pero como aquí anochece a las 5, parecía que era mucho más de noche aún). El caso es que llega el día siguiente y la ciudad está paralizada completamente: no había autobuses, no había metro, no había trenes. Bueno, en realidad sí había, pero no estaban funcionando. En España esto ha pasado y la gente se ha indignado, y como  por todo es conocido el refrán "mal de muchos, consuelo de tontos" yo, como tal que soy, me consuelo pensando que hasta en Londres a veces la falta de previsión y las cosas no muy bien hechas pueden suceder. La próxima vez verás como tienen más cuidado y no permiten que nieve tanto.

Acerca de la nevada diré que tengo opiniones encontradas. A mi me gusta mucho la nieve, quizá no tanto como a mi primo Adolfo pero me gusta. Pues me desperté el lunes para ir a trabajar a la magnífica hora de las 5 de la mañana y tras solazarme pensando en que soy un triunfador por tener que despertarme a esa hora para ir a trabajar , pude ver cómo todo estaba cubierto por un hermoso manto blanco. Ya la noche anterior estaba nevado, pero ahora el límpido blanco lo cubría todo totalmente. Parece ser que fui el primero de la urbanización en salir, como atestigua la foto adjunta tomada por Geno desde la ventana (que también hay que tener ganas para levantarse a las 5 y hacerme una foto mientras me voy) en la que podréis advertir sólo mi huellas.
Cuando llegué a la parada de autobús estaba en un éxtasis de placer por tan grandiosa visión de cómo un fenómeno tan atmosférico y tan curioso hacía cambiar tanto el aspecto de una ciudad.
Allí tardé apenas 30 segundos en descubrir que no había autobuses porque se lo oí decir a una mujer mientras hablaba por teléfono (no, no es que esté mejorando mi inglés, si acaso mejoro mi portugués, pues ese era idioma del diablo que utilizaba susodicha dama). Necesitando personarme en mi trabajo, como persona cumplidora que soy (ya sabéis que todos los años el 6 de noviembre cumplo) tomé la decisión de caminar en dirección al trabajo con la esperanza de,en la estación de trenes de Earlsfield, coger un tren. Todo estaba silenciosamente bello, y la nieve no dejaba de derramarse desde las nubes hasta el suelo (en algunos casos se derramaba hasta el techo de los coches, los tejados, los árboles, las barandillas, y un largo etcétera.) Yo, armado con mi gorro impermeable, caminaba y admiraba la celestial visión, contento de haberme comprado aquellas recias botas en El Corte Inglés (por cierto, pensé que aquí habría Corte Inglés, dónde si no, pero hasta ahora no he visto ninguno, salvo uno que se hizo Geno el otro día en el dedo mientras cortaba cebolla, aunque no fue en el dedo exactamente, más bien fue en la cocina).
Tras 15 minutos de caminata llegué hasta la estación de trenes antes citada y preguntando me informaron que no había trenes funcionando. ¿A donde coño voy yo al trabajo - me pregunté para mis adentros- si no hay servicio de ferrocarril y yo trabajo en una estación de trenes?, pero, quizá fuera porque había cenado poco la noche anterior, o quizá no fuera por eso, aun así continué en dirección a mi meta que en aquel momento era el trabajo.
Llevaba ya 30 minutos andando, con una nieve de 20 centímetros de espesor y ya no parecía que se derramara tan bellamente. Cuando caminas durante media hora, levantando tanto las piernas para superar la nieve, dejas de pensar en lo bello que está todo, sigues siendo bonito, de acuerdo, pero ahora son pequeñas mierditas blancas, bonitas, pero mierditas.

La cosa aún empeora cuando son 45 minutos. Cuando estás tan cansado que coges un puñado de mierditas para echártelo a la boca y refrescarte, cuando el corazón se te sale del pecho, cuando no sabes si es mejor quitarse de fumar porque estás bajo de forma o ya que estamos me paro y me fumo uno. En ese momento, miras hacia el suelo y ves tus piernas saliendo y entrando a cada paso de un enorme montón de heces acumuladas en el piso (en el piso y en los techos de los coches, los tejados, los arboles, las barandillas, y un largo etcétera.) y te cagas en la mierda (o sea, en la nieve) y en cuantas finuras sean capaz de ocurrírsete en ese momento, que afortunadamente no son muchas, porque el oxígeno ya no llega claramente al celebro y apenas puedes pensar (máxime si ya eres un poco oligofrénico como me diagnosticó el Dr. Solís).

Con los pies fríos, la mitad de la piernas empapadas y tras una hora de caminata a un buen ritmo (calculo que con ese ritmo en una hora habría ido de la Chana al Zaidín y vuelto) llegué a la estación donde trabajo.
Lo peor de todo fue que había muchos gilipollas como yo que habían intentado ir a trabajar, o bien sencillamente gente que tenia previsto viajar y se encontraron allí,  esperando trenes que no llegaban y que por supuesto tampoco salían. Todos aquellos gilipollas estaban con frío y con otras dos cosas por delante: una espera indefinida para coger el tren y al Gilipollas mayor (que era yo) que había caminado una puta hora, por entre la mierda, y que estaba allí plantado como un gilipollas (nota: buscar sinónimos de "gilipollas") para ponerles un puto café.

Al menos me consuelo pensando que llevé algo de calor a los fríos cuerpos de aquella desesperanzada gente.
Mentira, eso no es consuelo.

                                                                                                              Londres, 3 de febrero de 2009.
http://www.gmap-pedometer.com/?r=5124687

Madrid. 2009. Ed. Los viejos de Will y Berg.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

MEIA MARATONA DE PORTUGAL o Las aventuras y desventuras del joven, no tan joven, que se pegó una panzá de correr para llegar al mismo sitio. (Juan María de Tormes)




PRÓLOGO

Está claro, que la cultura greco-latina es a la par que admirable, una de las más cutres que hay.
No estoy hablando de Homero, Plinio (“el Viejo” claro, “el joven” era un comemierdas), de Ovidio, ni Julio César, no, estoy hablando de miles de años después, de la impronta que esa cultura mediterránea ha dejado en la actitud que tenemos ante la vida tanto griegos, italianos, españoles como portugueses.
Aún no sabéis a qué me refiero, lo sé. Ahora lo vais a comprender.

CAPÍTULO I
Dónde se presenta la historia y se hacen algunas valoraciones subjetivas.

¿Recordáis a Xavi? Pues me dijo que me acompañaría en los primeros quilómetros de la media maratón haciendo la prueba en su versión mini, de sólo 6 km. Para correr este tipo de carreras, lo normal es apuntarse, pagar un cantidad razonable (en esta ocasión fueron 13 euros) y recibir, esta vez sí, no como los chungos del triatlón, que no dieron nada, una bolsa con una camiseta técnica Adidas, un par de revistas especializadas, un parasol para el coche, una riñonera fea, como no podía se de otro modo, pero riñonera y folletos varios.
Pues bien, Xavi entendió que era demasiado dinero a pagar sólo por correr (de eso no lo culpo) y decidió que correría sin dorsal. El problema llegó cuando le dije que la salida era desde la mitad del puente Vasco da Gama y que el acceso allí se hacía únicamente en autobuses urbanos destinados a tal efecto, para lo que era obligatoria la presentación del dorsal. Un alemán, un austríaco o un belga lo habría tenido claro "pago y voy", pero claro, un griego, un italiano, un español o un portugués ¿qué es lo primero que piensa? Efectivamente, me pidió que escanera mi dorsal y que se lo enviara, que él ya lo retocaría y lo imprimiría.

Yo no estaba muy cómodo con la cutrez de su idea, pero bueno, no me afectaba.

Otra cosa buena que tienen los portugueses es su relación con el mundo anglosajón. Además de su amor a incorporar palabras inglesas a su vocabulario tales como “doca”, en lugar de “muelle”, o “envelope”, en lugar de “sobre escrito” palabra mucho más bonita para referirse al “sobre”, incorporan también su manera de iniciar la semana, pues al igual que nuestros amigos británicos, la comienzan descansando el domingo, y continúan con el lunes, de ahí que se refieran a él como “segunda feira”.
El caso es que, además de todo esto y como ya he podido comprobar, han tomado prestado de Las Islas, su marcado carácter puntual. Así se explica, por tanto, lo que aconteció el domingo de la carrera por la mañana

CAPÍTULO II
Dónde se narran los hechos de lo que aconteció el domingo a primera hora de la mañana y el traslado hasta el inicio de la carrera.

Había quedado con Xavi a las 7:45 con la sana intención de desplazarme en metro hasta el lugar desde dónde partían los autobuses. Lo amenacé diciendo que si a esa hora no estaba me iría. No fue necesario, porque Xavi, haciendo gala de una enorme puntualidad, a las 7:45 en punto, ni un minuto más ni un minuto menos, me llamó por teléfono para decirme que tardaría 10 minutos más. No sé por qué lo hice, supongo que porque ando escaso de amigos varones aquí en Lisboa, pero aunque me enfadé no me fui y lo esperé.

Efectivamente, y tal y como había prometido, tardó solamente 10 minutos más en volver a llamarme para retrasarse ahora solamente 5 o 10 minutos.
Finalmente apareció haciendo rally con el coche (cosa que por cierto aquí en Portugal no desentona en absoluto).

Cuando llegamos a la Estación de Oriente, desde donde partían los transportes, vimos que había un control férreo para entrar en los autobuses que llevaban a la gente hasta el punto de partida en el puente. Yo no estaba preocupado por mi dorsal, obviamente, y tampoco por el de Xavi, pues como bien dice el dicho “con su pan se lo coma” (para bien o para mal) y fue así como casi a punto de entrar en el autobús descubrieron su pícara triquiñuela. Yo, de haberme visto en tal trance (Dios me libre) me habría avergonzado y agachado la cabeza, pero él, lejos de eso, increpó a la señorita que había descubierto el ardid arguyendo que su única intención era acompañarme y que debería dejarlo pasar. Desde luego, quedó profundamente ofendido.

Quedó así la cosa y yo partí hacia la salida. Él quedó en tierra.

CAPÍTULO III
Dónde vemos lo que pasó desde mi despedida de Xavi hasta mi reencuentro con él tres horas después.

El autobús tardó media hora en llegar al puente, atravesarlo y, ya de vuelta, dejar a los corredores en la mitad de éste, desde donde aún nos quedaba una caminata de 15 minutos. Debo decir que fue un camino agradable, mirando el Tajo desde el puente pudiendo observar los humedales que quedan a la orilla, e incluso divisando pulpos desde la altura, y bajo el sol, arrepintiéndome de no haber cogido la gorra de Vodafone que regalaban a la entrada del autobús.
Por cierto, también me llamó Xavi diciéndome que iba a su casa a coger la bicicleta, y que cuando llegara a “Terreiro do Paço”, que es dónde la carrera daba la vuelta, lo avisara por teléfono, que me acompañaría el resto del trayecto en bici.
Una vez llegado, habiendo caminado entre la gente, que ya se agolpaba en la salida, llegó uno de los momentos más divertidos del día que os paso a relatar.

CAPÍTULO IV
En dónde cuenta el momento más divertido de cuanto sucedió aquel día.

Estuve esperando allí de pie, con el sol en mi cogote, una hora y cuarenta minutos hasta que se dio la salida.

CAPÍTULO V
Dónde prosigue la narración hasta el reencuentro con Xavi.

Una vez se dio la salida, como suele ocurrir, comenzó la carrera. Correr es un acto extraño, pues algunos lo hacen para huir, pero algunos gilipollas lo hacen por gusto. Mi caso es aún peor, pues no le encuentro el gusto y además no estoy huyendo de nada, y si alguien me pregunta que por qué lo hago entonces, que antes de preguntármelo se haga esta pregunta: ¿realmente son los neutrinos más rápidos que la luz?. ¿A qué no sabéis la respuesta con certeza?, pues eso mismo me pasa a mí.

El caso es que allí estaba corriendo, junto a 16 mil personas más y me preguntaba si podría resistir todo el camino, o si debería haber soltado más lastre por la mañana cuando fui al servicio. Y con esta dinámica de preguntas que sólo se responden con el tiempo, fue avanzando la carrera hasta llegar al quilómetro 4 donde parte de los corredores (los participantes en la mini-maratona de 6 km.) se desviaban.
Tras esto la carrera avanzaba más tranquila, con más silencio, roto en múltiples ocasiones por conjuntos musicales, colocados a lo largo del camino, tocando piezas clásicas de rock y soul.

Hacía un calor de justicia, aunque ya que hablamos de justicia, deberíamos decir, para ser justos, que hacía un calor de justicia, aunque para ser justos, eso ya lo había dicho antes, y es por esto que me hice un totico en la cabeza (como podéis observar en las fotos), para tratar de aliviar el calor que me producía el cabezón de pelos. Llegando al quilómetro 12, amén de un toto, llevaba también un buen ritmo teniendo en cuenta mis aspiraciones, y a pesar de no haberme entrenado tan bien como la vez anterior, me encontraba fresco. Acababa de pasar el ecuador de la prueba cuando me dirigía a dar un toque al teléfono de Xavi, pero no hizo falta, porque alzando la vista lo pude divisar. Xavi me esperaba, con su bicicleta, su mochila con zumo, su chocolate, su cámara de fotos y su sempiterna sonrisa.
  
                                                 

CAPÍTULO VI
De cómo mienten los anuncios y lo cuesta arriba que se hacen las cuestas arriba.

Xavi me acompañaba en bicicleta, y yo corría a su lado, refrescándome en los puntos de avituallamiento, tanto para hidratarme como mara mitigar el calor reinante en aquella maldita mañana de domingo.
Y de pronto, en el km 14 llegó una pequeña subida. Sí, era la misma subida que había hecho 5 km atrás, sólo que ahora era en sentido contrario, y con 5 km más en las piernas. Y fue entonces cuando pensé en el márketing, en la publicidad y en la frase “supérate a ti mismo” y decidí que era otra manera de decir “a dónde vas, cacho gilipollas, ¿no estarías mejor en tu casa tocándote los huevos?” . Luego, cuando llegó la bajada, y la sangre volvió a mi cerebro, me di cuenta de que no sería muy comercial: “NIKE, a dónde vas cacho gilipollas...”

Xavi me hablaba y me hablaba y yo, a partir del km 15, ya sólo comprendía la mitad de lo que decía pues además de que habla en portugués y muy rápido apenas le prestaba atención. Me ofreció zumo, Isostar y chocolate, pero yo siempre lo rechazaba. No quería añadir a mis síntomas, además de una cada vez mayor falta de fuerzas, también retortijones o angustia.
Y allí seguí, siendo filmado por su cámara de fotos, y animándome unas veces, otras pidiéndome que corriera más lento (tan mala cara me vería el pobre) pero sin saber que si corría más lento debería caminar y luego sería imposible reanudar la marcha.

Y llegando por fin al km 19 llegó el ultimo repecho. En realidad, más que repecho aquello era … una mierda, vamos, que aquello ni era repecho ni ná de ná, fueron 50 m. pero que a mí se me atragantaron como si fuera el Tourmalet.

CAPÍTULO VII
De la estupidez humana y de los prejuicios.

Quiero hablar aquí de la estupidez humana, si es que no ha quedado ya clara en lo que llevo de relato a la vista de lo visto, pero el caso es que debo reconocer que había gente aun más gilipollas que yo. No me refiero a los que hicieron la carrera en su versión “silla de ruedas” pues bastante tienen ya con lo que tienen. Me refiero a la gente que fui adelantando en algunas ocasiones. Y es que resulta que vas corriendo, o más bien arrastrándote, y ves como hay gente que se ha rendido y ha comenzado a caminar. Lo sorprendente es ver cómo a los pocos segundos eres adelantado por ese mimo personaje, que no contento con volver a correr, lo cual ya es dudoso que sea digno de alabanza, comienza a hacerlo con un ritmo endiablado, y claro, metros más adelante, rendidos, vuelven a caminar. Vamos a ver, si vas a correr 21 km, lo más lógico, digo yo, es correr lentico y lentico hasta que llegas ¿no? Pero eso de correr como si no hubiera Dios, parar, volver a correr como si no hubiera Dios, ¿qué puta táctica de carrera es esa?

A la sazón de estos corredores con un extraño sentido de la dosificación, hay un grupo que podríamos englobar dentro de los que yo doy en llamar desmoralizadores. Este grupo está compuesto por esas personas que las ves al inicio de la carrera y dices “mira ese gordo, dónde coño cree que irá” o “cuidado con la vieja, mírala, que se apunta a un bombardeo”, y luego ves como poco a poco empiezan a adelantarte. En realidad con estas características no hay muchos que te adelanten porque la mayoría de ellos ya te dejaron atrás 10 km antes, pero siempre hay alguno que salió más tarde que tú y te acaba dando una pasada, mientras tú, con la vista un poco nublada ya por la falta de glucosa, ves como se alejan sus carnes trémulas y sus culos gordos, sus rollizos brazos, y todo lo que quieras, pero te dejan atrás.

CAPÍTULO VIII
Dónde se cuenta mi llegada y alguna breve reflexión sobre mi tiempo en meta.

Los últimos metros no diré que son los más largos, porque no, más bien al contrario, tu alegría es mayúscula, y en mi caso, mi clarividencia se acentúa, hasta tal punto que recordé quitarme el toto de la cabeza, ese que me hiciera 14 kilómetros atrás, con la sana intención de quedar bien en las fotos y vídeos que se hacen de la llegada de los participantes a meta. Así es, amigos, corro 21 km y en vez de querer localizar la ambulancia más cercana, pensaba en qué perfil debía dar a cámara. Y lo peor es que seguro que el tontopollas que iba delante de mí me ha tapado y luego casi ni se me verá. Pero bueno, cuando salgan las imágenes ya os lo diré, que eso será otra historia y debe ser contada en otro momento.

Llegué finalmente a meta, y lo hice sin caminar ni un solo metro, de otro modo no habría tenido enjundia ni fuste. Mi tiempo oficial 2:07:44, mi tiempo real 2:06: 48. Hice 3 minutos y medio más que mi primera y, hasta ese momento, única carrera de estas características, pero aun así estoy contento, pues si bien es verdad que en ésta no tuve problemas en el comienzo con nadie que me retrasara, como sí pasó en marzo, esta vez no entrené tanto, pues el verano es malo para entrenar largas distancias, y además hizo un calor del carajo, lo que sin duda hizo que me cansara mucho más que la vez anterior.

EPÍLOGO

Después me tomé unas cervezas que me sentaron como hacía tiempo no me sentaba una cerveza (tranquila mamá, que he leído que la cerveza es buena para recuperarse de estas lides)

Debo agradecer a Xavi su interés en apoyarme, pues gracias a él tengo testimonio gráfico de mi carrera, tanto con fotos (como de hecho os adjunto alguna) como vídeos, que no adjunto porque bastante aburrido es ya leer un relato sobre una carrera como para encima verlo.

Quiero también advertir que Xavi es un buen amigo y compañero, aunque trate aquí de usar su figura con fines cómico-literarios, si bien no creo haber alcanzado ningún de ellos.

Y sin más me despido, pidiendo disculpas y dando las gracias a todos cuantos hayáis leído el relato completo prometiendo no volver a escribir tocho semejante en mucho tiempo.
 Lisboa. 2011. Ed. Desportos, Atos e Aramis. Col. As Corridas de Mar a Tones. 

TRIATLON: CRÓNICA DE UN FRACASO ANUNCIADO (Carlos Cansino)

Todo comenzó hace unos meses, cuando una amigo portugués (de ahora en adelante me referiré a él como Xavi) me dijo que se había apuntado a hacer un triatlón, que era una cosa que él desde siempre había querido hacer. Así lo hizo y lo terminó. Ni que decir tiene que se apuntó en su versión más corta, una versión para principiantes (300 metros de natación + 8 km. de ciclismo + 2 de carrera a pie).
El tiempo pasó y de repente, va y me dice el lunes pasado que me apunte con él a otro triatlón que se celebraría el pasado domingo día 18. En un principio le dije que no, que no tenía bicicleta siquiera y que prácticamente no sé nadar. Él me insistió y me tentó diciéndome que sólo costaba 7,5 Euros la inscripción, y que la última vez le regalaron una toalla, una camiseta, bocadillos y zumo. Además me prometió que si me apuntaba me proveería de una bicicleta. Fue una decisión muy difícil, y estuve debatiéndola en mi cabeza durante 30 segundos. Si la hubiera debatido más tiempo es obvio que no habría cedido, pero claro, con una toalla y unos bocadillos gratis, ¿quién se resiste?
Además, era la prueba más corta, como ya dije (300 m.+8km+2km), tenía que intentarlo.

Sea como sea el caso es que accedí y dos minutos después ya me había inscrito en la prueba vía Internet.

Xavi y yo quedamos dos días después para ir a entrenar (él lo llamaba entrenamiento, pero yo sabía que 4 días antes de la prueba aquello era más bien una “piedra de toque”). Fuimos a una playa justo en la desembocadura del Tajo, y aún no sé si me bañé en el río o en el océano. De cualquier modo, hacía un frío de mil pares de cojones. La cosa ya empezó a pintar mal. Me dijo que habíamos quedado en esa playa, porque en la que se realizaría la prueba estaba más metida en Lisboa y estaba más contaminada. MEEEEEEEEEEEEEEEEEC (sonido de bocina). Vaya, no había pensado en desarrollar una enfermedad de la piel. Una cosa es ir a acompañar a un amigo a un triatlón, y otra cosa es tener otra boca que alimentar, aunque sea una boca tóxica que me haya salido en la espalda.
El entrenamiento fue un poco decepcionante. El agua estaba congelada, y, no lo neguemos, bañarse con el agua fría es antinatural (al menos desde que se inventaron los calentadores y las piscinas cubiertas). Además pude comprobar lo que yo ya sabía, a saber, que no sabía nadar, que yo nunca había nadado más de 25 metros seguidos y que la prueba de natación, que era 12 veces más larga, se antojaba como una empresa complicada. Aún así pensé que iría, y que ya nadaría a braza, de espaldas o como fuera.
El fin de semana pintaba mal, a mi inoperancia natatoria había que añadir que hacía 17 años que no me montaba en una bicicleta. Fue por eso por lo que pedí a Xavi si podíamos salir a dar una pequeña vuelta, relajada el sábado. La verdad es que la prueba ciclista no me preocupaba, porque lo peor que podía pasar es que fuera paseando.

La cosa se puso un poco más cruda aún. No pudimos quedar el sábado para dar una vuelta ciclista, pero quedamos por la noche para tomarnos unas cervezas rápidas y levantarnos temprano para la prueba. Maaaaaaaaaalllll se ponía la cosa cuando finalmente Xavi apareció a las 2 de la mañana. Obviamente para esa hora yo ya estaba borracho como una perra. En fin, que entre pitos y flautas, hasta las 3 no nos acostamos.
A las ocho de la mañana, y tras el desayudo habitual y las visitas al cuarto de baño para [parte del mensaje censurada] del tamaño de [parte del mensaje censurada], cogimos la bicicleta camino de la salida del triatlón.
Malllll una vez más. Si no has cogido una bicicleta en 17 años y vas a hacer una prueba de 8 km no es aconsejable hacer la misma distancia una hora antes. Debo reconocer que llegué a la salida bastante fundido, pero aun así no me preocupaba eso, porque la carrera era en llano, y no como el camino que acabábamos de hacer, con subidas y bajadas.

Cuando por fin llegamos allí, nos dirigimos a recoger el dorsal, el chip, y colocamos la bicicleta en la zona de transición. Empecé a ponerme nervioso. Miraba constantemente la boyas, allí, tan amarillas y tan solas y alejadas las unas de las otras, a unos cien metros cada una. También miraba a mi alrededor, buscando viejos, buscando gordos o tullidos, alguien que pudiera hacer la prueba peor que yo, porque, amigos, en aquel momento yo no sólo no quería ser el último de la carrera sino que tampoco quería ser el único que se retirara de ser necesario. Nada, todo el mundo que vi tenía aspecto atlético. Luego, por fin vi a un viejo, pero esto me desanimó, porque pensé que si se había apuntado era porque se sabía capaz de hacerlo y eso me asustó.

Cuando estaba ya por fin en la playa, entré para mojarme. La verdad es que estaba tan nervioso que aunque fría, y con más mierda que la tomiza de una yueca, el agua no me pareció un problema. La gente calentaba nadando arriba y abajo, pero yo preferí guardar fuerzas, por motivos evidentes.

Para la salida me coloque detrás de todos, no quería “esfaratar” la carrera de nadie. Meeeeeeec, sonó la bocina y todo comenzó. No sé si era por la radioactividad del agua, pero no sentía frío, solamente sentía que debía llegar a la primera boya. También sentía un tío, aun más retrasado que yo, tratando de nadar por encima de mí. También notaba como mis pupilas golpeaban contra los cristales-pláticos de las gafas de natación (nota: no comprar las gafas más baratas, comprar unas mejores, con más profundidad). A los 50 metros me estorbaban las gafas, o más bien me sobraban, así que me las puse al cuello, y pude observar que yo no era el último, lo que me motivó profundamente.

Estaba a unos 30 metros de la primera boya y decidí que era el momento de descansar y nadar a braza. Tranquilamente me fui acercando a ella pero cuanto la tuve a tiro de mis dedos y casi la toqué ésta pareció alejarse unos metros. Lo intenté de nuevo pero cada vez parecía más lejos. Desde un lado pude escuchar a un árbitro pidiéndonos, a mí y al resto que aún seguíamos allí, cuatro tristes gatos, que nos olvidáramos de la boya, y que ya podíamos girar. Maldita sea, para una vez que me presento a un evento de estos y se escapa la boya. Creo que nadé unos 20 metros más de lo que debería haber nadado por culpa de este fallo logístico.

El caso es que giré y me puse como meta la segunda boya. Decidí que era el momento de pasar a nadar de espaldas y poder descansar. Me sentí confiado al verme cómodo y además ver como adelantaba a algunos nadadores. Ahí tuve conciencia de que había gente con peor técnica natatoria que la mía.

Llegué con sorprendente facilidad a la segunda boya y la rodeé. Miré la meta y me sentí genial. Viendo el buen resultado que me había dado la natación de espaldas opté por continuar así. Nadé y nadé, y sólo para confirmar que andaba en la ruta correcta me giré. “vaya- pensé- parece que me he desviado un poco” y tras corregir mi rumbo unos 30 grados a estribor continué mi marcha. Unos metros después me giré y vi que seguía desviado con una sospechosa pérdida de distancia con respecto a la meta. Para asegurarme de que todo andaba bien, comencé a nadar a croll y vi que no avanzaba. Estaba cansado y además la corriente (maldita corriente) me alejaba de la meta. Lo volví a intentar una vez más, pero ya había nadado más de lo que nunca había hecho (juntando todas las veces) y ya estaba exhausto, sólo con la fuerza justa para no ahogarme.
No pude más y levanté la mano y pedí al barco escoba que me recogiera. Para mi sorpresa (y alegría) no era yo el único. Ohhhhhhhhhhhhhhhh. ¿Qué esperabais llamándose esta anécdota “crónica de un fracaso anunciado”? 

Desde la Zodiac pude ver los esfuerzos de gente más bizarra que yo, o quizá sólo más inconscientes. Por más que nadaban no avanzaban, e incluso retrocedían. Yo mismo pude comprobar cuán fuerte era la corriente (al menos fuerte para mí) pues cuando pedí que me recogieran en la barca estaba cerca de la bandera (NOTA: “la bandera” es un punto de referencia que tomé) y cuando por fin subí vi que estábamos al menos 10 o 20 metros más atrás.

Tras recoger a unas cuantas almas cándidas más y sin nadie en el agua, al menos flotando, por fin nos llevaron a tierra.
Nos dijeron que podíamos continuar la prueba si queríamos, aunque ya no contaría en la clasificación pues estábamos descalificados. Yo no lo hice, ya no tenía sentido. Hacer 8 km de bici no era una odisea para mí, ya lo había hecho por la mañana antes de llegar, y correr 2 km tampoco. De modo que desistí de continuar.

Esperé en la zona de transición, me calcé las zapatillas, y me cambié la camiseta, y esperé a que Xavi pasara. Este llegó con la lengua fuera, y me pidió que lo acompañara en la carrera a pie. Así lo hice, pues necesitaba mi apoyo. La prueba anterior (y única) que él había hecho, había tenido que caminar de vez en cuando, y quería en esta ocasión hacerla del tirón, de modo que me uní a él y le marqué un ritmo suave, a la par que le daba ánimos y consejos. Fui su liebre, aunque por el ritmo que llevábamos fui más bien su koala.

Xavi consiguió terminar la prueba, consiguió un registro de 50 minutos más o menos y además consiguió no ser el último.

Yo, que debería estar decepcionado, lejos de eso, casi me sentí bien, pues vi que había nadado mucho más de lo que jamás había pensado, y que de no ser por la corriente habría podido conseguirlo.

Bueno, sea como sea, el próximo domingo es la Media Maratona de Portugal (con salida desde el Puente Vasco da Gama) y pienso desquitarme.

Lisboa. 2011. Ed. Circulo de Leitoes. 

miércoles, 8 de junio de 2011

DEBERES PARA CASA (Inocencio Salerno)

Y lo único que deseo en este momento es deciros “gilipollas “ a la cara a cada uno de vosotros, pero no tengo valor, y me quedo en mi mesa, en una esquina, pensando y llamándoos mentalmente a cada uno por vuestro nombre y diciendo: “Fernando Rodríguez Reta, eres un cabrón por robarme mis colores; Pedro González Castro, eres un hijo de puta por lanzar mi mochila por la venta; Eduardo Gordo Lechuga te odio por tener Papa Noel y Reyes Magos, las dos cosas, que yo sólo tengo una... y gracias”
Y me paso la clase entera haciendo cuentas, o análisis sintácticos, o dibujando, o aprendiéndome los ríos, metido entre todos estos cabrones. Y que difícil es estudiar y odiar a la vez. Y no sé por qué también a vosotros, porque a los que no me habéis hecho nada también os odio, y también quiero daros una paliza.

Algún día llegará el momento en el que me ría, y en el que podré mandaros a la mierda a todos con una voz fuerte y profunda, y me miraréis y me temeréis. Y, Pablo, podré partirte la cara, por fin, así que comienza a temblar, porque ya no me impresionará que te haya salido bigote y te hayas afeitado antes que nadie en el colegio, ni seré más benévolo por eso. Y también llegará el día en el que te parta la cara, Kiko, y ya no podrás volver a bajarme los pantalones delante de las niñas, porque seré más fuerte que tú, y tú serás una mierda y llorarás y me pedirás perdón. Dios, cuanto os odio, sólo por no ser yo, quizá sólo por eso, o porque necesito odiar a alguien y es más fácil odiaros a vosotros. Pero no, no es por eso, sinceramente creo que merecéis mi desprecio porque no sois nada.

En cambio a vosotras no. No os odio. Al contrario. Y me encantáis, con vuestras faldas de tela gris, y con esas camisetas blancas, jugando a la cuerda, o cuando corréis delante de mí en gimnasia con pantalón corto y piernas blancas. Adoro cuando os recogéis el pelo y veo vuestras axilas tan distintas ya de las mías, os amo cuando tengo suerte y casi puedo ver vuestro sujetador. Y por las mañanas, cuando me despierto, sé que el bulto en mis calzoncillos es porque soñaba contigo, Estefanía, y estoy deseando que llegue el recreo para tocarte el culo, o volvamos de gimnasia para tocarte las tetas, Eva. Y por eso a vosotras os quiero y seréis mis novias el resto de mi vida. Estefanía, Eva, pero también Carolina y Alicia y Susana, María, Noelia, Martina, Bárbara, Carmina, todas, todas seréis mis novias, y aunque no haya lágrimas derramadas por vosotras, derramaré cuanto haga falta para que sigáis a mi lado. 

Barcelona. 1988. Ed. Curriculae.

viernes, 3 de junio de 2011

LA CASA DE ENFRENTE (Juan Mecina)

Me desperté sobresaltada por un ruido que no supe reconocer. Me levanté de la cama, me asomé a la ventana y... nada. Era invierno y con el frío y el viento soplando todo parecía estar aun más solitario. Aún así, allí de pie mirando a través del cristal, no me sentía tranquila. Observaba todo con detenimiento, sin advertir movimiento alguno, y cuando estaba preparada para darme por vencida escuché de nuevo aquel sonido que me despertara.
Bajé en camisón y doble la esquina. Desde allí comprobé que la puerta trasera de la casa de la condesa, la destinada al servicio, no estaba cerrada y el viento la sacudía violentamente provocando el estruendo. Me acerqué con la intención de cerrarla, pero al llegar sentí algo que me empujaba a entrar. Crucé el umbral y sólo vi oscuridad. A pesar de todo notaba que no estaba sola. Sentía frío y no era por la delgada tela que vestía, era un frío distinto. Mis ojos se fueron acostumbrando a la obscuridad y a medida que la ceguera desaparecía crecía en similar proporción mi terror.
Entre las tinajas pude ver claramente a un niño. Parecía asustado. Di un paso para acercarme a él.
- No, no te acerques más.
- Me llamo Dolores– le dije – y vivo en la casa de enfrente.
- Ya lo se, te he visto muchas veces observando a mi casa.
- ¿Y por que nunca hemos jugado? - pregunté.
Su voz sonaba débil, como la de un enfermo, ingenua como la de un niño, pero se me clavaba por dentro, atravesándome de pies a cabeza, con un extraño tono de seguridad como el que tienen las personas mayores.
Yo no puedo jugar porque... – decía al tiempo que yo trataba de nuevo de acercarme a él – !ya basta!, he dicho que no te acerques.
Su voz sonaba ahora mucho más terrorífica y, como avergonzada por haberlo vuelto a intentar, bajé la mirada y mi sobresalto fue mayúsculo al advertir que con el pie pisaba una pequeña cruz de hierro.
- Es mía – dijo refieriéndose a ella - Bueno, más bien “casi fue” mía.
Ahora se había acercado un poco y pude ver que estaba pálido como la luna en una noche de verano, casi translúcido.
- Hace muchos – continuó - muchos años conocí a un hombre en el bosque. Solía jugar con él durante horas. Yo no tenía amigos, en el colegio se reían de mí, y se burlaban por ser hijo de los condes, de modo se podría decir que era mi único amigo. Un día, o más bien una noche, mi amigo me llevó hasta un rincón oscuro, donde el río se pierde por entre los árboles. Allí sacó un cuchillo y empezó a jugar y luego me asustó con él. Me hizo mucho daño. Cuando se fue me sentía muy sucio y me dolía por dentro. No podía dejar de llorar. Vine corriendo a casa, cogí un cuchillo de la cocina y me lo clavé en el pecho.
[...]
Cuando me iban a enterrar Don Cosme dijo que mi ataúd no podía llevar la cruz.

Bogotá. 1977. Ed. Cafetal.