La
calma era absoluta en el inmenso negro espacio por el que viajaban.
Bandadas de asteroides pasaban a los lados de la nave tan rápidos
como mentiras pero sin riesgo de colisión. El indicador de
insonorización estaba conectado y el silencio era ensordecedor,
demasiada calma para estar viajando un punto y medio por encima de la
velocidad de la luz. La sensación que esa situación hubiera
producido en un humano habría sido similar a introducir un ratón
en un microondas durante dos ciclos lunares solo que en este caso los
efectos se hubieran hecho notar en diez centésimas de segundo. En
cambio para un androiode con esqueleto de calcoaluminio, reguladores
de velocidad y cubierta de colágeno 3.8 la impresión se reducía a
un poco de electricidad estática que ni siquiera llegaba a afectar a
los circuitos de temperatura, los más sensibles en este modelo.
Así
era Lady Starrdust, allí flotando en aquel líquido conservante,
conectada a las tomas de alimentación, a los controles de función
y al regulador de activad. Parecía un ángel, un ángel cósmico,
con su largo pelo negro y su calcárea pseudodermis. Dormía tan
mansa como un cometa a lo lejos, hasta que el temporizador de
regeneración se encendió con una luz azul y ella abrió los ojos,
al principio negros, luego un breve destello rojo y ya por fin su
verde natural, con una pupila expandida y otra contraída.
El
líquido de su capsula empezó a descender y cuando se hubo vaciado
Lady Salió. Totalmente desnuda se acercó a la mampara contigua y
desconectó el regenerador de su compañero, Ziggy ya había
descansado lo suficiente. Sus mecanismos se pusieron de nuevo en
marcha y desplazó su cuerpo de diseño hasta la ventana de
visualización, dónde se reconoció durante unos segundos. Las gotas
de formol alterado químicamente corrían hacia la gravedad del suelo
regulada a la escala universal. Eran torrentes de crisol que rozando
sus nalgas reciclaban la perfección de su tacto, algodones que
acariciando sus pechos reconstituían su piel de laboratorio, finas y
rectas órbitas que realzaban su sensualidad, única cualidad
adquirida por sí misma, sin necesidad de programación previa. Un
momento y su cuerpo ya estaba seco, su temperatura se acercaba a la
requerida. Introdujo su dedo en aquel eléctrico orificio y y el
visualizador gráfico comunicó la correcta actuación de sus
funciones. Para entonces Ziggy se había secado y esperaba detrás de
ella. Lady Stardust sacó su dedo y se dirigió a un arcaico cristal
de espejo con unos rudimentarios artículos de maquillaje.
Era
Ziggy quien ahora comprobaba su nivel de actividad mientras la
miraba. Estaba sentada frente al espejo con la gracilidad de un
satélite, el misterio de un agujero negro, la absoluta perfección
de un sistema estelar, la inmensidad de una galaxia y el orden del
cosmos. Sus dedos pinzaron la brocha y aquellos átomos de maquillaje
se apresuraron sobre su rostro eléctricamente cargados. Los polvos
daban un toque lívido en su eternamente blanca piel y, a pesar de
todo, su aspecto no era vulgar. Ahora el lápiz de labios recorrió
con precisión los surcos de su boca haciéndola poseer brillo solar.
La sombra de ojos resbaló con pinceladas largas como órbitas de
Hiperión. Lady Stardust poseía casi vida espiritual, era tan
perfecta que era imprescindible, no era un elemento más sino algo
crucial, una clave, una explicación, un alfa y una omega, existía
ya antes de aquella gran explosión y sin duda existiría después
de que todo hubiera acabado.
Terminado
el maquillaje se levantó, cogió su traje de encima de aquel amasijo
de cables (Ziggy siempre decía que algún día lo arreglaría) y
posteriormente introdujo las ordenadas piernas y los frágiles brazos
en la prenda. La tela de amianto esmerilado encogió y se aferró a
su escultura, marcando sus formas de computadora, su gracia animal y
su clase de diosa, luciendo tan bella como la noche. Estaba lista
para actuar. Veía a Ziggy con sus tejanos marca “Major Tom” y su
guitarra y pensaba que quizá este fuera su último concierto con
“The Spiders from Mars”, ya que a pesar de haber evolucionado desde
los tiempos de los ecualizadores de precisión su música ya no
interesaba. Pensó que después de todo, ser heraldo de los nuevos
géneros no era suficiente, que quizá debía dejarlo todo..., y no
sólo la música sino todo.
Era
probable que después del concierto, después de tocar su canción
ante aquellas “femmes fatales de las sombras” volviera a la nave
y no se conectara al turbo-regenerador. Se tendería en el suelo y
yacería eternamente, allí, con los cables de su vientre arrancados
y con daños irreparables en sus circuitos de memoria, un auténtico
“Rock n´ Roll suicide”
Extraido del fanzine SOUND. Granada. marzo-abril 1998.