viernes, 6 de septiembre de 2013

LADY STARDUST (Harry Haller)

                


                                 La calma era absoluta en el inmenso negro espacio por el que viajaban. Bandadas de asteroides pasaban a los lados de la nave tan rápidos como mentiras pero sin riesgo de colisión. El indicador de insonorización estaba conectado y el silencio era ensordecedor, demasiada calma para estar viajando un punto y medio por encima de la velocidad de la luz. La sensación que esa situación hubiera producido en un humano habría sido similar a introducir un ratón en un microondas durante dos ciclos lunares solo que en este caso los efectos se hubieran hecho notar en diez centésimas de segundo. En cambio para un androiode con esqueleto de calcoaluminio, reguladores de velocidad y cubierta de colágeno 3.8 la impresión se reducía a un poco de electricidad estática que ni siquiera llegaba a afectar a los circuitos de temperatura, los más sensibles en este modelo.
                   Así era Lady Starrdust, allí flotando en aquel líquido conservante, conectada a las tomas de alimentación, a los controles de función y al regulador de activad. Parecía un ángel, un ángel cósmico, con su largo pelo negro y su calcárea pseudodermis. Dormía tan mansa como un cometa a lo lejos, hasta que el temporizador de regeneración se encendió con una luz azul y ella abrió los ojos, al principio negros, luego un breve destello rojo y ya por fin su verde natural, con una pupila expandida y otra contraída.
                  El líquido de su capsula empezó a descender y cuando se hubo vaciado Lady Salió. Totalmente desnuda se acercó a la mampara contigua y desconectó el regenerador de su compañero, Ziggy ya había descansado lo suficiente. Sus mecanismos se pusieron de nuevo en marcha y desplazó su cuerpo de diseño hasta la ventana de visualización, dónde se reconoció durante unos segundos. Las gotas de formol alterado químicamente corrían hacia la gravedad del suelo regulada a la escala universal. Eran torrentes de crisol que rozando sus nalgas reciclaban la perfección de su tacto, algodones que acariciando sus pechos reconstituían su piel de laboratorio, finas y rectas órbitas que realzaban su sensualidad, única cualidad adquirida por sí misma, sin necesidad de programación previa. Un momento y su cuerpo ya estaba seco, su temperatura se acercaba a la requerida. Introdujo su dedo en aquel eléctrico orificio y y el visualizador gráfico comunicó la correcta actuación de sus funciones. Para entonces Ziggy se había secado y esperaba detrás de ella. Lady Stardust sacó su dedo y se dirigió a un arcaico cristal de espejo con unos rudimentarios artículos de maquillaje.
                      Era Ziggy quien ahora comprobaba su nivel de actividad mientras la miraba. Estaba sentada frente al espejo con la gracilidad de un satélite, el misterio de un agujero negro, la absoluta perfección de un sistema estelar, la inmensidad de una galaxia y el orden del cosmos. Sus dedos pinzaron la brocha y aquellos átomos de maquillaje se apresuraron sobre su rostro eléctricamente cargados. Los polvos daban un toque lívido en su eternamente blanca piel y, a pesar de todo, su aspecto no era vulgar. Ahora el lápiz de labios recorrió con precisión los surcos de su boca haciéndola poseer brillo solar. La sombra de ojos resbaló con pinceladas largas como órbitas de Hiperión. Lady Stardust poseía casi vida espiritual, era tan perfecta que era imprescindible, no era un elemento más sino algo crucial, una clave, una explicación, un alfa y una omega, existía ya antes de aquella gran explosión y sin duda existiría después de que todo hubiera acabado.
                   Terminado el maquillaje se levantó, cogió su traje de encima de aquel amasijo de cables (Ziggy siempre decía que algún día lo arreglaría) y posteriormente introdujo las ordenadas piernas y los frágiles brazos en la prenda. La tela de amianto esmerilado encogió y se aferró a su escultura, marcando sus formas de computadora, su gracia animal y su clase de diosa, luciendo tan bella como la noche. Estaba lista para actuar. Veía a Ziggy con sus tejanos marca “Major Tom” y su guitarra y pensaba que quizá este fuera su último concierto con “The Spiders from Mars”, ya que a pesar de haber evolucionado desde los tiempos de los ecualizadores de precisión su música ya no interesaba. Pensó que después de todo, ser heraldo de los nuevos géneros no era suficiente, que quizá debía dejarlo todo..., y no sólo la música sino todo.
                Era probable que después del concierto, después de tocar su canción ante aquellas “femmes fatales de las sombras” volviera a la nave y no se conectara al turbo-regenerador. Se tendería en el suelo y yacería eternamente, allí, con los cables de su vientre arrancados y con daños irreparables en sus circuitos de memoria, un auténtico “Rock n´ Roll suicide”


Extraido del  fanzine SOUND. Granada. marzo-abril 1998.   

domingo, 15 de abril de 2012

COMO GHOST: TIENE DE TODO, TIENE DRAMA, TIENE ACCIÓN, TIENE AMOR (Paulino Ingan Parrizas)

Yo me llamo Paulino y en el colegio siempre me voy solo. Los recreos los paso sentado en la puerta por donde subimos a clase y así cuando toca el timbre soy el primero de la fila. Algunas veces se me olvida el bocadillo en clase y me da mucha rabia porque me suena la barriga y paso hambre, pero ¡cualquiera deja la fila para ir a por él! sí hombre, para que me quiten el sitio. No entiendo por que mis compañeros de clase se pasan todo el rato corriendo, gritando, jugando al pilla-pilla niños contra niñas mientras el tiempo pasa inexorablemente (nota: el personaje es un niño y nunca utilizaría la palabra “inexorablemente” de modo que debería cambiarla). Mis compañeros son tontos, no se dan cuenta de que cada minuto de recreo que pasa los aleja más en la fila para volver a clase, pobrecillos - pienso - jamás serán los primeros en subir. Cuando toca el timbre yo ya estoy en la fila (nota: la palabra “fila” la he utilizado mucho, buscar un sinónimo, o mejor aún, suprime la frase, es bastante fea), y mientras el resto de compañeros de mi curso buscan posiciones, yo, con la cabeza bien alta , miro al frente orgulloso un recreo más.
Mi vida en general es feliz. Mis padres me quieren mucho. Somos una familia humilde pero muy unida, a pesar de que no tenemos mucho dinero. Mi padre se dedica a la albañilería, no porque le guste sino porque desde pequeño mi abuelo lo había puesto a cargar cascajo y algo se le ha quedado (nota: “cascajo” no es una palabra muy literaria, aunque da igual porque el relato tampoco lo es). Él siempre dice: “algo de albañil tengo, digamos”. Pues eso, que trabaja en la obra. La verdad es que no lo veo mucho, porque cuando termina se va con sus a amigos a tomarse algo y viene tarde. Yo quiero mucho a mi padre. Bueno, a mi madre también la quiero mucho. Mi madre se dedica a yonqui. Yo no se muy bien en que consiste ese trabajo pero parece que tampoco tiene que ser muy bueno. Mi padre está muy fuerte de trabajar en la obra, que es un trabajo muy duro, pero mi madre está muy delgada y tiene moratones, no se cómo será donde trabaja.
Mis padres se quieren mucho y constantemente se están dando besos y achuchones. Recuerdo una vez que papá achuchó a mamá y ella se cayó contra la puerta del salón, y el cristal se rompió todo, por suerte mi madre no se cortó mucho. Todavía me acuerdo, mi madre allí sentada con sangre en los brazos riéndose con la cara entre las manos mientras papá le pegaba patadas con las botas del trabajo y ella seguía riendo mientras yo la abrazaba. A mí a veces también me pega así, o me escupe, o me da en la cara con los nudillos, aunque a mí no me hace tanta gracias como a mi madre. Nos queremos mucho en mi familia.

15 años después
Menudas cosas escribía cuando era chico. Que visión de la vida tenía. Aquellos años se difuminan en mi memoria y se pierden como lágrimas en la lluvia (recordatorio: volver a ver Blade Runner y luego no ver tantas películas). No recuerdo haber escrito esto pero a medida que iba leyendo los recuerdos afloraban. Ahora sí sé a que se dedicaba mi madre, ya sé a que se refería mi padre cuando la llamaba “yonqui de mierda”. Ahora entiendo por qué mi padre pateaba a mi madre y que mi madre quizá no riera con la cara entre las manos. Creo que aquellas escenas no eran tan felices como pretendía vislumbrar en el papel cuando lo escribí, ya se encargaba mi madre de que no lo fueran, siempre gritando, siempre regañando “que si esto que si lo otro”, que si “te has gastado la mitad del sueldo en vino”, que si “niño, estudia que no seas como tu padre”. Es cierto que mi padre pegaba a mi madre, pero que yo recuerde siempre que lo hizo fue con razón. Mi padre nos quería mucho y nunca nos hubiera pegado si no nos lo hubiéramos merecido.
Un día mi padre se cayó de un andamio desde un cuarto piso. Estuvo dos semanas en coma hasta que murió. La zorra de mi madre se alegró mucho y yo la odié por eso. Con todo lo que mi padre se había esforzado por nosotros y al final no consiguió del todo meter a mi madre por vereda. El día que mi padre finó lo recuerdo como uno de los días más tristes de mi vida, casi tanto como cuando me dijeron que no podía hacer la mili porque era tonto. Pero lo superé (lo de mi padre, lo de la mili aún me duele).
15 minutos después
No sé por qué escribo esto, porque a mí el pasado no me interesa nada. A mí lo que en realidad me gusta es ir al karaoke.
15 días después
La semana pasada me pasó algo que me atormenta. Salí el miércoles con mis colegas y fuimos como cada semana al karaoke. Ellos querían ir directos a uno que se llama “Eurovisón Triunfo” que abre antes, pero a mí me parece un mierda porque siempre está vacío. Ellos lo prefieren por que se puede cantar más pero como yo les digo “para cantar entre nosotros nos vamos a mi casa”, que para eso tengo un equipo con función karaoke. Al final los convencí y tras unas copas para hacer hora fuimos al “Chirimiri de Estrellas”, que además renueva a menudo los discos y los tiene muy bien ordenados por interpretes.
Ya llevaba media hora abierto cuando llegamos. Había bastante gente para ser miércoles aunque no es de extrañar que se llene, incluso entre semana, con toda la cantidad de discos de Operación Triunfo que tienen. Entramos y al tiempo que buscábamos la barra yo fui observando al público. A la derecha un grupo del Imserso, en la barra un par de parejas y detrás a la izquierda una despedida de soltera, con su muñeco, sus pelucas y todo. Llegué a la barra, pedí el libro de canciones para hacerme el interesante, ¡como si no supiera qué iba a cantar!, luego pedí papel y bolígrafo para apuntar los temas, y por último las bebidas: cuatro Coca-Colas (nota: preguntar si se puede hacer publicidad, en caso negativo pedir cuatro Fantas negras). Cogimos los vasos y nos fuimos al rincón cerca de las tías de la despedida. Una vez allí Txumari abrió la petaca y terminó de rellenar las copas.
Lo malo de ir a un sitio con mucha gente es que tardas más en cantar y entre canción y canción pasa mucho rato, quizá en eso tengan razón mis amigos y sea mejor el “Eurovisón Triunfo” pero la sensación de cantar delante de más gente que únicamente tus colegas compensa con mucho la espera.
Yo fui el primero en apuntar mi canción, así que el micrófono me llegó relativamente pronto. Comencé.
Era feliz en su matrimonio, aunque su marido era el mismo demonio
tenía el hombre un poco de mal genio, ella se quejaba de que nunca fue tierno...
Quién le escribía flores, dime quien era...”
(Nota: esta canción parece tener relación con su infancia, quizá debería cambiarla por “Un Velero Llamado Libertad” de José Luis Perales)


Mientras canto me concentro mucho pero como me sé las letras de memoria me gusta mirar al público. De reojo vi que todos el mundo estaba pendiente de mí. Hasta los del Imserso se habían girado para observarme. Aquello no era más que el comienzo, si con esta actuación estaban disfrutando ya verían luego.
Cuando terminé todos aplaudieron y yo agradecí el gesto con una leve inclinación de cabeza, orgulloso de mi actuación y consciente de mi gran voz. Incluso oí decir a una vieja “tiene tablas el muchacho”. Devuelto el micrófono sorbí mi copa y me dirigí al servicio con modélico paso (nota: ¿”modélico paso”?, que clase de gilipolleces escribo, recordar suprimir esos estúpidos adjetivos) atravesando todo el pub para que todos me pudieran admirar.
Al salir del servicio me abordaron dos muchachas. Una era morena y la otra también.
- Semos las de la despedida.
Intuí que eran de la despedida de soltera porque me lo acababan de decir, yo siempre he tenido mucha intuición. Además una de ellas llevaba una gorra con una polla en la visera y en la parte de atrás ponía “despedida de la Vane”.
- Lo suponía.
- Resulta que mi prima - hablaba la morena - se casa el fin de semana que viene y estamos de despedida de soltera.
- Eso ya lo has dicho antes.
- El caso es que a mi prima Vane le gustas, y como se casa, vamos pensado que... como le gustas... pues preguntarte si te gusta a ti también, porque a ella tú le gustas.
- Ay, vámonos Sole, que me da mucha velgüenza - decía la otra morena.
- Tu calla, tonta, que contra más lo pienses más peor es. No le hagas caso, - dirigiéndose de nuevo a mí - es que le gusta de bromear.
La morena se fue y se quedó la morena, la morena Vane, la morena velgonzosa, la morena que se casaba, la que... (nota: quizá debería ser una rubia y otra morena). Tenía aspecto de haber bebido un poco (nota: sería mejor que no hubiera bebido para que quede de manifiesto lo zorra que es sin escudarse en su embriaguez). Llevaba un vestido negro con adornos de lentejuelas y me pareció que iba sin sujetador. Estaba bastante buena. Comencé a charlar con ella despreocupadamente.
Hablar, lo que se dice hablar, hablamos poco porque entre su sintaxis y su vocalización era difícil entenderse, pero cuando entré de nuevo al baño, ahora junto con ella, lo que menos me importaba era Lázaro Carreter y mucho menos Vicente Tusón. La hice arrodillarse y comenzó a vocalizar ahora con mejores resultados. La chupaba con bastantes ganas, como si le fuera en ello la vida. Movía todo el cuerpo. Alargué mi mano y alcancé su vestido, comencé a tirar de él hasta que conseguí remangarlo y dejar al descubierto su culo. Lo balanceaba de un lado a otro mientras me repasaba la polla, lo movía como si buscara algo contra lo que apoyarlo o mejor aún: apollarlo, hasta que encontró el lavabo y lo encajó. Ahora no se movía de un lado a otro pero sí en un vaivén de subidas y bajadas, restregándose, sin descuidar su cena. Y allí estaba yo, con la espalda en la pared, con la Vane en los bajos empleándose a fondo y escuchando a través de la puerta a mi colega Aurelio cantar una de Amistades Peligrosas.
- Quitate los tirantes para que te toque las tetas mientras.
- Y , ¿por qué no, mejor, devés de eso, no me follas ya?.
A pesar de su gramática defectuosa la entendí bastante bien.
Me senté en la taza del baño y ella a su vez encima de mí. Se puso dándome la espalda de modo que mis manos amasaron sus tetas mientras la penetraba. Ella se movía y yo la dejaba hacer mientras disfrutaba del sonido que traspasaba la puerta: “Historias de amor- cantaba ahora Rogelio- ojos que miran con ilusiooooooón”. Era una situación muy romántica, los dos en el baño, follando, escondidos y escuchando OBK.
Se levantó, se dio la vuelta y volvió a encajársela cual Tetris. (Recordatorio: repasar la ortografía al final). Ahora estábamos frente a frente con la respiración entrecortada. Quería besarme pero yo evitaba su boca. Si pensaba que me iba a besar después de habérmela chupado iba lista, aunque yo siempre lleve la polla muy limpia. El tanga hacia un lado, yo directo hacia ella, sus senos en mi cara, su espalda arqueada mientras saltaba sobre mí queriendo que me metiera aún más adentro. Entonces recuerdo que terminó la canción. Los aplausos parecían premiar mis embestidas. La Vane seguía saltando con los ojos cerrados respirando cerca de mi oído. De pronto reconocí la voz de Txumari que había empezado a cantar. No había podido reconocer la música porque la Vane gemía, pero la voz de mi colega me llegó nítida.
Bailar de lejos no es bailar, ...”
Un escalofrío recorrió mi cuerpo y no era un orgasmo. Me levanté raudo y veloz (¡como si se pudiera uno levantar "raudo y lento"!) de tal modo que la Sole se elevó conmigo. Salió desplaza hacia atrás con tan mala fortuna que al caer al suelo arrastró el lavabo con su nuca.
Allí estaba, sentada , el lavabo roto a sus espaldas, con los oídos sangrando y con espasmos estertóreos, y yo de pie, inmóvil, sin reaccionar.
“… es como estar bailando solos” -volví a oír a Txumari
Reaccioné. Veloz le toqué por última vez las tetas a pesar de sus convulsiones y salí corriendo mientras decía en voz baja “joder, joder, joder”


Atravesé corriendo el local. Apartaba a los viejos del Imserso casi e empujones. El tiempo corría más deprisa de lo que yo hubiera deseado y no parecía que avanzara en mi carrera. Jadeante llegué por fin hasta donde estaban mis amigos. Arranqué el micrófono de las manos de Txumari, todavía quedaba media canción. Respiraba nervioso y me costó trabajo cantar. Aún me preguntaba qué había pasado. A pesar de todo, canté mejor que nunca lo había hecho. Trataba, de alguna manera, de expiar mi pecado.
Cuando terminé todo el mundo aplaudía y hasta el camarero, que canta muy bien por Luis Miguel, me felicitó y me dio la mano, pero yo estaba aturdido y no disfrutaba el momento, sufría en silencio (nota: me recuerda a algún anuncio, comprobarlo). Palmadas en las espaldas, aplausos, algún beso que otro, alabanzas hacia mí y yo con el corazón encogido. Fue una de las peores noches de mi vida.
No se si algún día superaré lo que me pasó aquella noche, creo que lo que hice no permite indulgencia, jamás me perdonaré haber descuidado mi turno. Cuando pides una canción en un karaoke debes estar consciente y vigilante hasta que te llega la vez, con la garganta a punto, sin fumar, listo para cantar, pero yo no lo hice, me descuidé y por poco si pierdo mi oportunidad de lucirme. Mis amigos me están ayudando a superarlo y ahora lo llevo mejor, pero aun hay noches que me cuesta dormir recordando como Txumari cantaba en mi ausencia, por mi mala cabeza, y eso me atormenta.
(Nota: borrar todos las notas y recordatorios cuando entregue el escrito)
(Recordatorio: recordar el recordatorio anterior)

Granada. 2006. Ed. Praga. Col. Proyectos.

jueves, 1 de marzo de 2012

HISTORIA DE UNA HOJA DE RECLAMACIONES. CAP. V. Remate final. (Francisco Marsó)

REMATE FINAL (5/5)

Paciente como un gato, me resguardé como un ladrón en las sombras durante un año y medio para saltar como un tigre sobre su presa inocente y sorprendida como una gacela y como un niño ante algo inexplicable como Falete, respectivamente, lo que en otras palabras quiere decir que el otro día por fin me desquité.

Parece ser que aquí en la capital del nuestro país vecino, (me refiero al país vecino al que no echamos cuentas, no al de los que nos volcaba los camiones de fresas) con motivo de la crisis y de todos las medidas que las empresas quieren tomar, los empleados no se sienten exactamente conformes y promueven huelgas que afectan muchísimo a los dirigentes. Es por esto que en los trasnportes públicos de Lisboa se han sucedido hasta la fecha alguna que otra huelga con la consiguiente molestia a los que nos valemos de él para llegar a nuestros puestos. El derecho a la huelga es, como la propia expresión dice, un derecho que hay que respetar y como tal lo respeto. Entonces, ¿cuál es mi queja?
Pues bien, el día de autos, y digo "autos" porque era el único transporte de locomoción que funcionaba ese día (junto con los servicios mínimos de autobús) yo tenía que ir a trabajar. Mi bono mensual de metro (mensual es mucho decir, en realidad solo me da para 30 días) me permite usar el susodicho transporte cuantas veces me dé la gana dentro de esos días, pero, cuál fue mi sorpresa al ver que el día de la huelga no funcionaba. Vi así como me era de esta manera arrebatado uno de los días por el que había pagado. Dicho de otro modo: que de los 24 € de bono abonados, acababan de robarme de mala manera 0,80 € amén del trastorno que me supuso aquel día tener que desplazarme andando (o haber gastado dinero en taxi o autobuses, si es que eso hubiera decidido).

No conforme con esta situación, de nuevo requerí los servicios de mi apoyadora Eme punto A punto para asesorarme en la redacción de la queja que me disponía interponer.

Un día después de la huelga, llegados a la estación de metro pertinente (mi acompañante y yo), pedí una hoja de reclamaciones para expresar mi disconformidad. ¡Atención! qué cara más dura tienen estos caballeretes, pues ante esta petición lo primero que hacen es darte un pliego suelto, propio, de la empresa, y sin ningún valor oficial.
Obviamente, aquello no satisfizo mis demandas por lo que fui un poco más allá y me personé en persona y personalmente, como a mí me gusta de hacer, en la "oficina de atención al cliente" (o algún nombre por el estilo). Aquí en Lusitania hay una gran afición por guardar turno. Yo sospecho que algún tipo de mafia que opera con máquinas expendedoras de números ha llegado a algún acuerdo con el gobierno, pues allá dónde vayas, se cual sea el sitio debes guardar turno. En la Seguridad Social, hay que sacar número, en la Oficina de Empleo, hay que sacar número, en una farmacia, hay que sacar número, en una carnicería... bueno en una carnicería es normal. Pues eso, que aquí también había que sacar número, pero claro, no pensé que para una reclamación hubiera que hacerlo, de modo que me aproximé a una señorita detrás de una mesa y le pedí:

- Desculpe, queria uma folha de reclamaçoes - solicité en su bello idioma con mi sucio acento español.
- Como? - preguntó ella.
- Queria uma folha de reclamaçoes.
- Aaaahh - respodió burlona - uma "FOLHIA" de reclamaçoes - empeñándose en acentuar su buena dicción del portugués y tratando de mofarse de mi acento, sin saber que yo en secreto me limpio el culo con su idioma.
- Ohh, simmm, desculpe o meu sotaque, uma FOLHA de RECLAMAÇOES - interferí con el acento más artificial y caricaturesco que pude.

Para entonces la señorita, por no llamarla una mala palabra, ya había sacado una de esas hojas de reclamaciones propias que antes nos habían dado. Ante mi disconformidad, y preguntándole por la existencia del livro de reclamaçoes (sí, así es, en pleno siglo XXI y aún no se han enterado de que libro se escribe con b) me conminó a sacar número y esperar mi turno.
Yo, que cuarenta y cinco minutos después debía empezar a trabajar, no tenía tiempo para aguardar a que me tocara, de modo que pedí a mi amiga que saliéramos de allí y nos volvimos a dirigir al sitio donde venden lo metrobuses.
El resto de la historia, así como todo lo anterior, no tiene interés ninguno (como puede observarse en el gráfico de más arriba), así que no lo resumiré. Pedimos el livro de reclamaçoes. Presuroso el empleado lo sacó, lo colocó en una barrera del metro, a modo de mesa, y lo sujetó para que pudiera rellenarlo. Me recordó a aquellos dibujos animados en los que alguien tiene una máquina del tiempo y quien quiera puede viajar con él con sólo estar en contacto físico cuando se activa el aparato, y así, aquel tipo no dejó de sujetar aquel maldito libro en todo el tiempo que estuvimos allí como si en cualquier momento fuera a desplazarse al futuro (en Portugal sólo se puede viajar al futuro pues en el pasado ya están). Para cuando terminé de escribir mis datos personales mi amanuense pasó a la acción y tradujo y transcribió mis palabas al portugués. El tiempo apremiaba, pues veinte minutos después debía estar trabajando. Sin duda no era la mejor situación para hacer literatura, pues el señor del metro, además de no apartarse ni medio milímetro de la celulosa que estábamos rellenando, y para más INRI, comenzó un panegírico con el que trataba de desmontar las razones de la queja que me disponía a interponer. Y así mi amiga escuchaba al señor, le respondía, me escuchaba a mí, me traducía y escribía con la consiguiente demora en la acción.

Me temo que aquí acaba esta historia, si bien es cierto que el final es un final abierto a capítulos venideros.
Con todo, estoy convencido de que debería añadir algo más a todo, no me parece un digno final para tan noble empresa, sino más bien soso. Voy a intentar adornarlo un poco:
            Y entonces, cuando estampé mi firma y el empleado me otorgó mi copia del original, una fuerza, una energía en forma de luz azul salió del libro de reclamaciones, viajó a lo largo del metro a la velocidad del pensamiento, y se instaló en mí a través de mi pecho. En ese momento me fueron otorgados ciertos superpoderes como el de arquear las cejas como Carlos Sobera o el de calentar potitos al baño María sin agua. También me fue concedida la llave de oro que abre todos los servicios del mundo que estén limpios y perfectamente acondicionados para cagar. Entonces salté, miré a mi amiga y le dije, "he de irme, tengo que trabajar", y me fui volando.

APENDICE

Cuando terminé de escribir esta historia no me pareció digno el final, pero hace unos días recibí una carta que sirve de brillante epílogo. La carta viene a decir algo así como que la empresa lamenta los trastornos pero que no puede asumir la responsabilidad de los títulos adquiridos anticipadamente. Además informa que quedan excluidos de responsabilidad tal y como se certifica en la clausula de las condiciones generales de utilización de bla, bla, bla.

Es paradójico, pero esta historia, que comenzó con una ingente necesidad de descomer, finalmente termina con una carta donde se me conmina a que me coma lo descomido, o sea, que me coma una mierda.

Lisboa. 2012. Ed. Morgana. Col. Fata.

miércoles, 29 de febrero de 2012

HISTORIA DE UNA HOJA DE RECLAMACIONES. CAP. IV. Conato. (Francisco Marsó)

CONATO (4/5)
Tras mi llegada a tierras lusas pronto comencé mi periplo social asistiendo a tertulias literarias de poetas modernos, exposiciones de arte contemporáneo y ecológico y conciertos, siempre de jazz por supuesto, y también tomando cerveza en bares. (Nota: algunos de estos datos pueden no ser ciertos del todo). Suerte tuve de encontrar rápido y ligero a distintos emigrados españoles. Digo suerte porque los portugueses, aunque muy simpáticos y amables, tienen una densidad en la sangre tan alta que roza los límites permitidos por la OMS (Organización Mundial de la Salud, no confundir con la OMIC, Oficina Municipal de Información al Consumidor, sita donde ya dijera en el capitulo uno y tres) lo que los coloca en muchas ocasiones (y no entran en este grupo mi amigo Xavi, por ejemplo) entre dos niveles: la categoría de sosainas y la de sosainas de mierda. En este caso los emigrados españoles a los que hago referencia eran más concretamente "españolas" (a todas ellas las saludo si me están leyendo en este momento, también quiero aprovechar para saludar a mis padres, sin los cuales todo esto no habría sido posible, a mi familia, a mi amigo "El Chustas" al que espero le rebajen la condena por colabarar, a la virgen de las Angustias y a Jordi Estadella que nos mira desde el cielo).

Es el momento ahora, para el buen desenlace de este episodio, de contar y recordar, una de mis primeras salidas sociales, en las que por un motivo cualesquier, llamadle X, llamadle casualidad o llamadle como queráis, pero resultó que terminamos nuestro andadura nocturna en un bar en el que servían cervezas además de otras bebidas alcohólicas de diversa gradación.
Tras varias rondas de pagar las cervezas, me percaté de que cuando pedía mi buena amiga Uve Punto O Punto la daban ("laismo" cometido a posta hecha) los vasos de cristal y que cuando era yo quien pedía las cervezas me las ponían en vasos de plástico. Ligeramente, digamos achispado (o sea, carente de chispa de inteligencia), a la siguiente vez que me tocó en gracia ordenar una nueva ronda de consumiciones le pedí amablemente al cabellerete que las sirviere que tuviera la deferencia, que no la diferencia, de ponerme las bebidas en los recipientes de cristal que tenían destinados a tal efecto. Su respuesta me causó gran sorpresa: "están para os clientes". ¿Qué soy yo?, me pregunté a mí mismo. Sorprendido y ofendido tomé sin rechistar los vasos de plástico que me ofrecía pues lo que más demandaba en ese momento era mi ración de cebada fermentada. En ese momento, con el gaznate ya más calmado me dirigí a mi otra gran amiga, Eme Punto A Punto, y le pregunté si estaría dispuesta a acompañarme a formalizar una queja por escrito. Cuando llegamos a la barra, me dirigí al mozo y le dije:
- Duas imperiais e uma folha de reclamaçoes, se faz favor
Para quién no comprenda este precioso y complejo idioma que enamora sólo con su sonido diré que pedí dos cervezas de barril y una hoja de reclamaciones, por favor.
El garzón gachón me puso las dos cervezas y extrañado me preguntó
- Mas como é que quere a folha de reclamaçoes? ("pero ¿por qué quiere la hoja de reclamaciones?") - o algo por el estilo.
El resto de la conversación la continuo en español, ante las grandes dificultades que entraña la traducción de tan excelso idioma.
Yo, que apenas llevaba unas semanas en Lisboa y ante mi desconocimiento del idioma lusitano, me sentía respaldado por mi amiga, gran oradora en la mierda de lengua de Camoes.
- Porque pedí cerveza en vaso de cristal - respondí - y me has dicho que "es solo para los clientes"
El joven mancebo (valga la redundancia), sorprendido una vez más me contestó:
- No, yo no dije que eran "para los clientes" yo dije que era porque "estaban calientes".
Ante tamaña equivocación, mi apreciada acompañante y yo nos sentimos decepcionados. Ambos teníamos ganas de pendencia y nuestra bocas ya habían salivado preparándose para la carnicería, pero finalmente nuestro gozo quedó en un poso... de hiel. Abortado el plan, mi amiga se disculpó con el muchacho exponiendo que el malentendido se debía a factores tales como mi desconocimiento del idioma, la algazara, etc. He de añadir, para justificar el motivo de mi confusión, que no debemos olvidar que muchos portugueses cuando hablan en su lengua materna parecen hacerlo como si tuvieran una mierda, también conocida como zurullo o mojón, en la boca, lo que dificulta la emisión del mensaje así como su correcta recepción y decodificación.

Con todo, no penséis que me quedé conforme con la explicación de aquel pícaro granujilla, pues tan calientes estaban para ponerme las cervezas a mí como a cualquier otro. Además, pronto me percaté de que tenían un extraño invento del demonio, muy moderno, un prototipo quizá, de una cosa que otrora viera usar por camareros de varios sexos, razas y religiones, algo llamado "grifo con agua" (no sé el nombre común) que viene instalado de serie en los grifos de cerveza, y que en ocasiones se utiliza con el fin de aplicar un líquido elemento llamado agua (con una partícula de hidrógeno y dos de oxígeno, o al revés, no lo sé) a la par que enfriar el vaso. Por tanto, decidme: ¿malentendido o argucia lingüística del muchacho?

Lisboa. 2012. Ed. Morgana. Col. Fata.

martes, 28 de febrero de 2012

HISTORIA DE UNA HOJA DE RECLAMACIONES. CAP. III. En la brecha. (Francisco Marsó)

EN LA BRECHA (3/5)

Eso de "cría fama y me llamaron mataperros" es cierto. Yo solo había puesto una reclamación en toda mi vida pero ya todo el mundo me consideraba la versión moderna de "Don Erre que Erre". Supongo que ese fama fue el acicate para despertar en mí el sentimiento de justicia universal que ha hecho que me cabree por las cosas más inútiles, inanes, vanas, fútiles y demás sinónimos cuanto más pedantes mejor.
Aunque nunca me prodigué en protestas en general, no sé lo que pensará mi familia en concreto, desde el momento en que firmé aquel pliego en la Cafetería Los Pipos el pedir o no la hoja era una espada de Damocles que pendía de la cabeza de cualquiera que tuviera algún tipo transacción comercial conmigo. Cuando caminaba por la calle podía observar a los dependientes bajar sus persianas o colgar el cartel de "vuelvo en cinco minutos" al tiempo que me espiaban tras los maniquíes para evitar un encuentro frontal conmigo.
La historia de la segunda reclamación que puse, carece de importancia, y no me enorgullezco de ella, pues fue una reclamación comunal a la que me uní cuando a unas pobres criaturas no las dejaron entrar en un pub de la plaza de toros. Yo sentí que debía secundar su causa y perdí media hora de mi vida rellenando un formulario que tenía la seguridad de que no serviría para nada (como si el resto sí hubieran servido para algo).
Pero la semilla de poner reclamaciones a los pubs quedó dentro de mí, muy profunda, y con el paso de los años germinó.

Germinó, como decía, hace dos años para ser más exactos. Fue un día de septiembre, en el que, según palabras de uno de mis acompañantes, iba "vestido como un pipa" (pipa: señor que acompaña al músico en los conciertos, le afina los instrumentos, le trae la guitarra, le ayuda con los cables, le trae agua, etc.). Aquellas bermudas, mis zapatillas del color de la Sábana Santa, y mi camiseta gastada a través de la cual se podía mirar, hicieron que sorprendente e inexplicablemente no me dejaran entrar en tan maravilloso y distinguido pub como es Ganivet 13 donde me consta sólo entrar gente de la más alta ralea y abolengo. 
                                                                                yo no fui,  lo prometo  
 Yo no entendía por qué, pero el armario ropero de zapatos relucientes de la puerta me lo explicó perfectamente, me denegaba el ingreso arguyendo que no se permitía la entrada al local con pantalones cortos. Aquello me dio mucha rabia. Si me hubiera dicho que no se podía entrar con pinta de guarro lo habría aceptado de buen grado, pero aquel razonamiento no me pareció lógico, de modo que me dirigí a él con la más exquisita de las educaciones y le pedí amablemente que me diera el libro de reclamaciones.
- No, no te lo saco
- ¿Por qué no? - inquirí presuroso.
- No te lo doy porque no eres cliente. Como no has entrado no eres cliente- dijo esbozando una sonrisa de ganador
Aquella explicación era completamente contingente y sin duda era una clara afrenta que me lanzaba a la cara con escarnio si el muy inútil hubiera sabido lo que significaba esa palabra. Sin el más mínimo gesto de nerviosismo, completamente circunspecto y sin mediar palabra me giré sobre mí mismo y saqué mi teléfono (en aquella época ya sí había móviles) y marqué el número que otrora me diera tanta satisfacción personal.
- Policía local, dígame- dijo una voz al otro lado del auricular.
- Hola buenas noches. Me llamo Sergio y estoy en la en la puerta de un pub llamado Ganivet 13 sito en la calle Ángel Ganivet número 13, como no podía ser de otro modo, donde se se me está denegando la entrada y a su vez el libro de reclamaciones y me... - unos dedos interrumpieron mi soliloquio, llamando mi atención sobre mi hombro.
- ¿Qué decías? - decía el dueño de la mano tras de mí - ¿la hoja de reclamaciones?
- Un momento - me dirigí a mi interlocutor telefónico - que parece que al final sí que me van a traer el libro.
Minutos más tarde, el jefe, encargado o lo que fuera, salió del local, portando en la mano un ajado libro de quejas. Rellené aquella reclamación gustoso con la mayor de las tranquilidades, en contraste con aquella primera que pusiera diez o doce años atrás. 

En esta ocasión me propuse llevar hasta el final todo aquel proceso debido a la maldita afrenta que había supuesto hacia mí y hacia, ahora no a mi derecho a cagar, sino a mi derecho a ir con pantalones cortos. Aquella noche tomé una decisión, no me dejaría llevar por los cantos de sirena que antiguamente me hicieran desistir de mi empeño, así que tras recibir la carta de la empresa en la que argumentaban que no me habían dejado entrar al disponer de derecho de admisión por el cual no se permitía el paso con pantalones cortos, indignado aún, o más bien, testarudado, y permítaseme el adjetivo inventado, continué con las diligencias pertinentes ante tan impertinente respuesta. Esta vez sí me personé personalmente en persona en la OMIC (Oficina Municipal de Información al Consumidor, que continua sita donde dije en el capítulo uno) donde di cuenta del agravio y quise llevar el proceso hasta sus últimas consecuencias. Tristemente allí solamente tomaron nota de mi disconformidad y me dijeron que investigarían si realmente el pub disponía de "derecho de admisión" y bajo qué condiciones. Ahora todo quedaba de su cuenta y ante mi interés me dijeron que ellos pasaban a ser los denunciantes por lo que ya no se me informaría del resto del proceso.

No sentí que mi honor quedara restituido. Dejarme a un margen en aquel litigio me dejaba huérfano de orgullo, así que inmediatamente después de abandonar la OMIC (Oficina Municipal de Información al Consumidor, que continua sita dónde dije unas líneas más arriba) subí dieciocho escalones en dos tramos de escaleras y me planté justo en la misma latitud y longitud donde me encontrara tres minutos atrás solo que en un nivel superior (por si no me he explicado bien, lo que he dicho es que subí al piso de arriba) dónde pedí información de los requisitos y obligaciones necesarios para abrir un pub en Granada. Quería armarme de montones de normas, leyes, decretos y cualquier cosa que sonara a legal, emitidos por ayuntamientos, gobiernos, diputaciones y cualquier cosa que sonara con potestad. Tenía la intención de volver al lugar del crimen, esta vez ataviado de mejor guisa sin duda, y anotar cuantas obligaciones y normativas conculcara para más tarde denunciar su incumplimiento. Debo decir que lo primero que pensé en auscultar, dada mi afición a cagar, fueron los servicios, pues, por lo que recordaba de otras veces, carecían de alguna de las que a mi parecer deberían ser características de obligado cumplimiento. Tristemente en aquel maldito sitio al que acudí a pedir información solamente pudieron darme un impreso para solicitar la tarjeta de minusválido para mi coche. Prometo que la próxima vez que vaya a pedir información de algún tipo iré al sitio correcto, y no al que me pille más cerca.

Y fue así cómo pasé de querer cagar en los bares a querer cagarme en los pubes, y fue de este nuevo e irracional odio que nació la siguiente de mis aventuras, o dicho de otro modo, un conato de reclamación.

Lisboa. 2012. Ed. Morgana. Col. Fata.

lunes, 27 de febrero de 2012

HISTORIA DE UNA HOJA DE RECLAMACIONES. CAP. II. Opera prima. (Francisco Marsó)

OPERA PRIMA (2/5)

Fue un viernes por la noche. Estábamos bebiendo detrás del Hipercor para enfrentarnos a una noche en los pubs de moda cuando de repente sentí la imperiosa necesidad de escenificar la coda de un bonito proceso digestivo. Siendo consciente de que mi noche acababa de empezar y aferrándome a lo que ya se había convertido en una máxima en mi vida "no dejes para cagar mañana lo que necesites soltar hoy" me dirigí junto con mi amigo A Punto Jota Punto a Mesón El Pipos, sito en calle Cañaveral esquina con Santa Clotilde. Allí pedimos una cerveza y un Fanta negra y, mientras llegaba la tapa, hice una incursión a los servicios dispuesto a deshacerme de lo que otrora fuera comida en buen estado. Mi decepción fue total, cuando tras subir una rampa para minusválidos, (lo que me hacía presagiar una gran calidad toiletística) me di de bruces con unos servicios que adolecían de elementos tan básicos como la celulosa, en cualquiera de sus formas, y de un cerrojo, también en cualquiera de sus formas.
Decepcionado y visiblemente preocupado, salí de aquel muladar y tras comunicarle a mi amigo la situación, me encaminé a apenas unos metros al otro lado de la calle, al conocido como Cafetería Los Pipos, perteneciente a la misma franquicia.
Sin muchas ganas de hablar y quizá, lo reconozco, algo desaforado, entré en la cafetería y sin mediar palabra, pues no era el momento para ello, me encaminé a los servicios:
- ¿A dónde vas? - se dirigió una voz hacia mí desde el otro lado de la barra.
- Al servicio - respondí al tiempo que me giraba para mirarlo a la cara.
- No.
Sonó seco y rotundo.
- ¿Por qué no?
- Porque yo no quiero.
Y sus palabras se me hicieron como la más brutal de las agresiones al razonamiento, al diálogo y a mis ganas de defecar en su maldito cuarto de baño.
En absoluto amedrentado, y con una inusitada rapidez me volví al engreído camarero y le pedí la hoja de reclamaciones.
- No te la doy
- ¿Por qué no?
- Porque no quiero, y ahora llama a la policía si quieres.
El guante estaba lanzado y ni qué decir tiene que lo recogí ipso facto. Sin mediar más palabras volví a donde mi compañero esperaba, y tras un largo trago para acabar nuestras consumiciones lo arrastré hasta una cabina de teléfonos (pensad que en aquella época no había móviles) con inquebrantable intención . Una moneda de cinco duros después me encontraba hablando con las excelentísimas y maravillosas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad a través del 092. Tras mis explicaciones y petición de auxilio de mis derechos comencé la espera de una lucha que en cualquier caso ya tenía perdida, pues independientemente del resultado, la biológica necesidad de soltar un cagarro debería esperar a tiempos mejores.
Esperé allí un rato, solo, nervioso, en la fría noche de invierno, mientras mi amigo se desplazaba a contar la buena nueva al resto del grupo (en aquella época no había móviles, eso ya lo había dicho ¿no?)
Poco tiempo después de que ya todos estuviéramos reunidos, llegó la policía. Les conté lo sucedido y les expliqué, que el camarero tenia la ¡obligación!, y remarqué bien esta palabra, de dejarme pasar pues los servicios de los bares eran considerados como servicios públicos y por tanto no tenía la necesidad de ser cliente para usarlos. No me preguntéis cómo, pero ya fuera por ciencia infusa o por una mera especulación, tenía la completa seguridad de que aquella argumentación era cierta. El policía, perplejo ante tal demostración de conocimiento de las ordenanzas y leyes que rigen a los establecimientos públicos del ramo de la hostelería y ante su más completa ignorancia, no tuvo por más que ponerse en contacto con la central, la cual, al parecer, le confirmó que toda aquella palabrería de mierda, nunca mejor dicho, era cierta.

-Aguarde aquí- dijo uno de los policías, y entraron a la cafetería a dialogar con el simpático camarero.
No sé si fue porque era la hora de cerrar, no sé si fue porque la cafetería no tenía licencia de estar abierta a esas horas o si sería por la presencia de los uniformados, pero el caso es que, el local se vació en cuestión de minutos.
El policía que me había conminado a esperar fuera salió y me dijo: "el señor (por el camarero) dice que él no le ha negado la entrada al servicio, y que si lo desea puede usarlo sin ningún problema". Como todo el mundo sabe gracias al refranero español "la mancha de mora con otra verde se quita", y aunque mi garganta no estaba sequita sí es cierto que la demora había apaciguado mis pretensiones y ya no me apetecía hacer uso del W.C. así que le dije con absoluta corrección: "no gracias, ahora sólo deseo que me dé la hoja de reclamaciones".
Visiblemente nervioso, entramos todos en la cafetería y me dispuse a interponer mi queja. Mis nervios quedaban patentes en mis temblorosas manos, por lo que me vi obligado a requerir la ayuda de uno de mis acompañantes y dictar mis palabras:
"habiéndome encontrado en la necesidad de usar el servicio....bla, bla, bla"
Lo mejor de toda aquella experiencia fue ver la cara seria del camarero al entregarme la hoja, quedarse con la copia blanca y extenderme la rosa. Completó todo el proceso con la más absoluta frialdad y en silencio, debido, supongo, a la presencia de los agentes, pues de otro modo estoy seguro de que se habría deshecho en halagos hacia mi persona.

Lo que vino a continuación no tiene mucho interés. Bueno, en realidad lo que he contado hasta ahora tampoco lo tiene, así que... diré que me respondieron dentro de los quince días posteriores al suceso, tal y como dicta la ley, negando los hechos que yo había descrito. Ante esto yo tenía la posibilidad de acercarme a la OMIC (Oficina Municipal de Información al Consumidor, otrora sita en la calle Gran Capitán y ahora en su nueva ubicación en la calle Gran Capitán, solo que en otro número, unos doscientos metros más abajo) y continuar con el proceso debido a mis disconformidad con la respuesta. Por entonces, yo no tenía tanta diligencia como ahora, y ante la falta de apoyo de la gente, siempre me aconsejaron no seguir pues "no iba a conseguir nada igualmente" según decían, me relajé y dejé aquella reclamación en el limbo de las reclamaciones vagando sin rumbo eternamente.

Con aquella reclamación se inició un ciclo, aún por concluir, de no una, ni dos, ni tres, sino ¡cuatro! reclamaciones. Sí, ya sé que no son muchas, pero, como he dicho: es un ciclo aún por concluir.

Lisboa. 2012. Ed. Morgana. Col. Fata.

domingo, 26 de febrero de 2012

HISTORIA DE UNA HOJA DE RECLAMACIONES. CAP. I. El detonante. (Francisco Marsó)

EL DETONANTE (1/5)
                                                      Mapa cortesía de httpwww.casaaxarquia.comregion

Hasta donde yo sé hay mucha gente que me conoce y que no se sorprenderá de que me interese escribir la historia de una reclamación (otra cosa será que les interese leerla), pero también me consta que hay mucha gente que no me conoce, especialmente la gente del cono sur de Sudamérica, la gente de Oriente Medio, Extremo Oriente, Extremadura, Extremo Derecha y Derecho y Ciencias Políticas, y tres viejos que juegan a la petanca en la Plaza de las Huéscar de La Chana.

Pues bien, aquí va la historia:
El viernes pasado puse mi primera hoja de reclamaciones allende la frontera española. En realidad, para entender esto mejor, debería remitiros a algunos años atrás para explicar mi afición por las hojas de reclamaciones.
Pues bien, aquí va la historia:
El inicio de esta historia se remonta a hace ya muchos muchos años y voy a tratar de explicárosla:
Pues bien, aquí va la historia:
(música de flash back y se pasa a sepia y negro)
Eran aquellos maravillosos 90´ en los que triunfaban grupos como las Spice Girl, y otros que no me acuerdo, pero que también tocaban piezas bonitas y triunfaban. Recuerdo que un grupo de amigos, incluidos mi hermano y yo, fuimos de fin de semana a Torre del Mar. Allí, armados de tiendas de campaña, tres pares de calzoncillos y un colchón inflable, y completamente desarmados de dinero, nos disponíamos a pasar las mejores setenta y dos horas de nuestra vida.
Pues bien, aquí va la historia:
Nuestra meta era clara, pasarlo lo mejor que pudiéramos, tratando de ahorrar en lo posible en cosas superfluas como la comida o la higiene personal del compañero, no la propia. Es por eso que el elemento "supermercado" fue fundamental en el devenir de los acontecimientos pues, de venir cargados de casa no habríamos tenido que hacer la compra. Y fue así que aconteció, que nos dirigimos allí a aprovisionarnos de distintos elementos, a saber: latas de calamares en salsa americana y whisky. (Quiero ahora aprovechar para hacer una petición pública a la marca Miau para que por favor vuelva a la producción de este manjar que inesperada y tristemente ha desaparecido de los estantes de nuestros supermercados) (Lanzo también una oferta: compro latas de calamares en sala americana de la marca Miau en buen estado)
Una hora después, contentos con la inversión hecha y cargados de pan, latas y bebida abandonamos el economato antes del anochecer.
Hasta aquí todo fue perfecto, pero el problema llegó por la noche, cuando, bien hartos de comer (bocadillos de los ya citados calamares en una salsa que apenas afecta al hálito) nos dirigimos a comenzar la ingesta de alcohol en el paseo marítimo de tan insigne localidad. Nunca el término "alcohólica" fue tan descriptivo al hablar de una bebida espirituosa. Aquel día todos aprendimos una valiosa lección: un whisky llamado "Scotish Whisky" nunca podrá ser de gran calidad, y mucho menos si la botella vale menos que la de Dyc. Creo que fue en ese justo momento, en el que bebí el primer trago, cuando comenzó a forjarse esta historia.
Pues bien, aquí va la historia:
Al igual que el aleteo de una mariposa en Beijin puede provocar una cagalera en Torre del Mar, aquel trago de whisky con Coca-Cola también provocó una cagalera en Torre del Mar. A partir de aquella cata que duró varias horas, mi estómago inició un largo (no tan largo) proceso y/o litigio que se vería avocado indefectiblemente al desalojo de inquilinos por la puerta de atrás. Así fue como mis prioridades cambiaron y el problema en aquel momento se concentró por tanto en encontrar el lugar idóneo para soltar lastre, pues no abundaban los locales correctamente acondicionados destinados a tal efecto.
Aquel día tomé una decisión que cambiaría mi vida: "seré veterinario" y minutos más tarde tomé otra decisión: "no dejes para cagar mañana lo que necesites soltar hoy". Y tras esta decisión, inicié un prolongado periplo de visitas a baños de bares, los cuales analizaba, escudriñaba, anotaba y puntuaba según su higiene, su abundancia o ausencia de papel, su insonoridad, y un largo etcétera de elementos, para luego clasificarlos y saber a cuál acudir en otra ocasión en caso de emergencia.
A partir de este trabajo, que se inició como algo práctico y que continuó luego como mero hobby, fui aconsejado y animado por mi buen amigo E Punto Eme Punto a proseguir con un proyecto mayor.
Aprovechando las innumerables anotaciones y mapas escatográficos hechos, inicié el proyecto de una opera magna que se daría en llamar "Guía de la Axarquía, dónde cagar y por qué". De repente había mucha gente interesada en aquel trabajo e incluso comencé a recibir la ayuda de distintos ayuntamientos de la zona que vieron en la guía un modo de darse a conocer y atraer turistas por la limpieza de sus sanitarios. Me enfrasqué así, llevado por mi afición a cagar, en un trabajo que me consumía poco a poco, que me absorbía, y que no me dejaba tiempo para otra cosa. Y así pasé los tres días restantes, sin atender a razones, obsesionado por probar cuantos cuartos de baños me fuera posible.
Tristemente el fin de semana acabó y con él el apoyo de las instituciones, con lo que mi magnum opus quedó incompleta, inconclusa, inacabada, inédita, y más adjetivos que empiezan por in- excepto inodora, valga la paradoja.

Y así este viejo proyecto quedó casi olvidado, escondido, aunque latente, hasta que un día, recibí la llamada de un directivo de una famosa firma francesa de neumáticos que también hace guías de viajes cuya marca no puedo desvelar porque no me lo permite mi contrato, quien estaba interesado en adjuntar a su Guía Michelín de Granada del 98 un suplemento con los mejores servicios y váteres de la ciudad de la Alhambra.
Reinicié así mi tarea, centrándome ahora en los bares granadinos.
Pues bien, aquí va la historia:

(continuará...)

 Lisboa. 2012. Ed. Morgana. Col. Fata.

domingo, 1 de enero de 2012

Gracias amigo por los PowerPoints que me envías (Anónimo)

Hola, soy Cecilio Montijo Pineda, y os presento aqui lo que para mí es un bonito homenaje a toda esa preciosa literatura que circula por la red, de email en email, en forma de PowerPoint o similar.
Porque no olvidemos, que para hacer literatura, no es necesario publicar.




                                                      

Gracias amigo por los PowerPoints que me envías (Anónimo)


GRACIAS AMIGO POR LOS POWER POINTS QUE ME ENVÍAS
Tú que siempre estás a mi lado
tú que nunca me fallas en los momentos importantes
porque siempre me mandas power points con música preciosa
con imagenes tan bonitas como esta amistad que nos une.
Gracias, es bueno saber que estás ahí,
gracias desconocido, por difundir mi dirección de email por la ré
para que me lleguen correos del Banco Santander.
(¿no sé si se puede hacer publicidad aquí?)
Gracias por llenar mi cuenta de correo de emails tan interesantisísimos.

Y con este humilde montaje, quiero expresarte un sentimiento tan bonito como el amor
tan interno como el cariño tan importante y necesario como la amistad
un sentimiento que debo exteriorizar, algo que nace e la cavidad oral,
donde los alimentos son masticados.
La saliva es secretada en la boca, en grandes cantidades por tres pares de glándulas salivales
(parótida, submaxilar y sublingual) y es mezclada por la lengua, con la comida masticada.
luego se transporta hasta el esófago, pasando a través de la orofaringe y la hipofaringe.
Y me voy a saltar la parte del esófago y la del estomago.
Y bueno, como tienes muchos power points que hacer no me enrollo
a donde quería yo ir a parar , a ese sentimiento tan profundo que es al proceso biológico de la eliminación de las heces cuando después de haber pasado por el intestino delgado y el grueso
el quimo, esa masa pastosa, semisólida y de consistencia ácida, ya es materia fecal
por lo que va a almacenarse en el colon para luego desecharse.
Y debes saber amigo mío, que hay varias "válvulas" para mantener las heces hasta la hora de la defecación. El sistema parasimpático relaja el esfínter interno del ano
que va a traer como reflejo la constricción del esfínter externo y con ello la tensión del músculo elevador del ano.
Y es así amigo mío que viene la necesidad de defecar.
Y de esta manera quiero expresarte mi gratitud, pues de ninguna otra manera lo haría mejor
sino cagándome en ti y en toda la mierda que me envías.

domingo, 4 de diciembre de 2011

EL PROCESO CREATIVO (Jean Pierre Passato)

He decidido escribir un cuento. Me temo que no va a ser una empresa sencilla, pero también estoy seguro de que lo conseguiré. No pido mucho, no quiero escribir "El Cuento", tampoco pido un cuento que maraville, porque soy consciente de mis limitaciones, me conformo con un un cuento pasable, razonable.
Bien, el primer paso está dado: estoy decidido a escribirlo. Siguiente paso: hacerlo.
Quizá debería ser menos impulsivo y dejarlo para mañana. Imposible, soy como los niños: "quiero eso y lo quiero ahora", y bueno, supongo que si lo quiero ahora tendré que obviar que son las dos de la mañana y que mañana hay que trabajar.
Veamos, veamos, Lewis Carroll, vale, no es un cuentista pero me puede ayudar, Cuento Español Contemporáneo, ¿dónde lo puse?, Borges, de acuerdo, Chejov, anda que no tiro alto. Supongo sé si quiero escribir algo medianamente decente, teniendo en cuenta mis carencias debo fijarme grandes modelos, no voy a fijarme en aquel compañero de 6º que escribía tantas redacciones, con lo cual Chejov me sirve, junto con Hemingway, Hoffman y... qué tal algo más moderno como Raymond Carver.
Estoy tumbado leyendo, hojeando, tomando notas. Reflexión: es muy incomodo tomar notas tumbado, la tinta del bolígrafo, gracias al extraño fenómeno de la gravedad termina por no llegar a la cabeza del susodicho y nunca escribe. Bueno, al menos tengo unas cuantas ideas para ir entrando en materia, ya solo falta encontrar el estilo que quiero utilizar y la historia que voy a contar. ¿Sólo falta encontrar el estilo que quiero utilizar y la historia que voy a contar?, si eso me parece poco, o estoy muy seguro de mí mismo o soy un gran ignorante. Probablemente sea lo segundo. Bueno creo que debería acostarme.
¡Mierda!, no encuentro el interruptor, se me acaba de ocurrir una cosa que... o la apunto o para mañana se me habrá olvidado. De nuevo apago y me tapo.
Ayer debí acostarme antes, tengo demasiado sueño como para "seguir" con el cuento. Me pongo frente al ordenador y miro el documento en blanco. Debería ponerme a escribir ya, lo que sea, ya irá saliendo, lo que pasa es que yo lo que quiero es un cuento, con sus principio, su nudo y sus cosas y para eso lo mejor es tener las ideas claras antes de comenzar.
¿Por qué me resulta tan complicado?, que tonterías pregunto, la respuesta es sencilla, porque no soy un genio. Para lo genios todo parece ser muy sencillo. Seguro que lo es. Aunque yo no estaba presente cuando escribían sus genialidades me lo imagino, para eso si me da la imaginación, para una historia completa no, pero para esas tonterías sí. Además si hubieran tardado lo que yo voy a tardar en escribir el maldito cuento no podrían haber escrito cosas como Guerra y Paz o El Quijote, a mi ritmo ni Matusalén hubiera sido capaz, luego para los genios esas cosas son más fáciles.
Vale, dejémonos ya de reflexiones estúpidas, al trabajo, a ver que puedo escribir.
Nada.
Si fuera todo tan sencillo como el soneto que mandó hacer Violante a Lope.
Ya se como voy a empezar: "Un cuento me manda hacer Violante". Mejor no, muy visto, olvídalo. Me temo que me pongo metas demasiado altas, quiero escribir algo que no me provoque vergüenza al darlo a leer, entrañable, que sea original, ya puesto a querer podría pretender escribir Las Mil y Una Noches, por pedir que no quede.
La pantalla sigue en blanco, he cambiado varias veces los márgenes, el tipo de letra, el tamaño, pero la pantalla sigue límpida, salvo por el polvo, porque nunca limpio el monitor. Con la mirada perdida en la blanca imagen del ordenador pienso en lo distinto que era antes escribir. Me refiero al hecho físico de escribir, porque antes era precisamente eso: más "físico". Antes recuerdo que me dolía la muñeca de la intensidad con la que me aplicaba sobre el papel, como queriendo aprehender el momento, tratando de estrujar la idea por miedo a perderla. Al día siguiente algunas frases eran casi ininteligibles, aunque para entonces ya daba igual, los folios se hacían pedazos entre las manos. Me recuerdo también tratando de rescatar alguno de esos girones de la papelera.
Pregunta a mi mismo: ¿terminarás...?, perdón, corrijo: ¿empezarás alguna vez el cuento?.
Respuesta a mi mismo: supongo que sí, el problema es que no se cuándo y lo que es peor no sé si lo terminaré.

Granada. 2004. Ed. Altos Vuelo. Col. Pedanterías.

domingo, 20 de noviembre de 2011

UNA "PREPOSICIÓN" INDECENTE (Francisco Manuel Cardeño)

EPISODIO III: "BAJO" LA LLUVIA           
           Allí estaba yo, con las manos en el volante, luchando conmigo mismo por no apartar la mirada de las líneas blancas de la carretera, lo que no era una empresa sencilla, pues a mi lado estabas tú. La falda, negra, dejaba ver la piel de tus largas piernas que se iluminaba como cien crisoles al contacto con las luces de los coches que nos cruzábamos. La camisa acariciaba tu desnudo pecho y habría deseado que jamás se hubieran inventado los botones.
Así fuertemente el volante con mi mano izquierda y con la otra acaricié todo aquello que sentía que me pertenecía. Sentí un escalofrío al entrar en contacto con tu cuerpo. Tú dormías y no sentiste cómo recorrí tu piel desde las rodillas hasta los muslos, lenta y suavemente, como se acarician las cosas frágiles.
Tome un desvió y nos adentramos en un estrecho camino al mismo tiempo que las gotas comenzaban a mojar el parabrisas. La senda se hizo bacheada y despertaste. Más tarde el camino se abrió y detuve el coche en un pequeño llano, abrigado por los árboles, empapado por la lluvia.
Estábamos parados, el motor encendido y las luces puestas cuando sin mediar palabra, abriste la puerta y bajaste. Aún estaban mis manos en el volante y pude ver como caminabas hasta ponerte frente al haz de luz. La lluvia comenzó a mojar tu pelo y con suaves movimientos acariciabas tu cuerpo para que el agua resbalara y te cubriera entera. Estabas de pie, con las piernas apuntando hacia el suelo, precedidas por unos largos tacones, seguidas de unas altas botas, culminando en un trasero que se mostraba majestuoso al contraluz. Los brazos se abrían como abrazando la noche. Tu cara al cielo y tus ojos cerrados recibían el baño purificador de la lluvia y pude advertir, tras la empapada camisa, tu pecho en su máximo esplendor. Era todo un espectáculo. Yo apenas podía moverme.
Te quitaste las botas y descalza comenzaste a bailar, bajo el agua, girando sobre ti y proyectando sombras en la negra noche.
No pude soportarlo más y me bajé. Te abracé por la espalda y sentí que jamás te soltaría. Tú no podías verme pero me sentías. Sentías mis brazos alrededor de tu cuerpo, sentías la lluvia contra nosotros, sentías mis labios recorriendo tu cuello y sentías mi aliento en tu oído pero... también podías sentirme más abajo, pegado a ti, muy pegado.
Te acariciaba, recorría tus muslos levantando tu ropa, me deleitaba en tus pechos que sentía deseosos de mí. Lamía tu cuello y nos besábamos a la vez que mis manos no dejaban de deleitarse en cada una de las formas de tu cuerpo, sin prisa, lentamente, al son del ritmo que la lluvia nos imponía.
Me gustaba sentir el cenit de tus pechos, duro como el diamante, rasgando mi piel. La palma de mi mano pasaba una y otra vez ante el acicate de tus senos, sintiéndolos pétreos. Seguí explorándote y también pude sentir tu vientre, húmedo y resbaladizo.
Continué y por supuesto me encantó palpar el vello de tu bello sexo, tratando de enredarse en mis dedos. Te apretaba contra mí, fuertemente, con mi mano entre tu piel y tu ropa, pero llegué a dudar si no eras tú la que apretaba contra mí su trasero deseando sentirme más y mejor.
Mi mano, enmarañada en tu sexo, extendió sus dedos y comenzó la caricia más profunda que jamás hubiera imaginado. Nuestras bocas bebían la una de la otra. Tus labios eran el más sabroso de los frutos y se entrelazaron en un infinito abrazo, congelando el tiempo, a la vez que acariciaba las sedas más suaves que las que nunca se encontraron en la India.
Mis dedos sabían acariciarte en un continuo ir y venir. Me deleitaba en tu humedad, lentamente pero con precisión y fuerza. A veces mis dedos jugaban a esconderse dentro de ti, otras te rozaban, y casi siempre te apretaban. Nunca hubiera salido de aquel juego resbaladizo en el que a medida que avanzaba sentía que seguías ganando, y eso me gustaba.
Te diste la vuelta y quedamos frente a frente. Nunca dejamos de besarnos y nunca dejamos de tocarnos y así seguía yo, en ese instante congelado del beso, explorando cada uno de tus rincones, unos más profundos y otros no tanto. La maravillosa circunferencia de tu trasero era una vorágine de placer que mi tacto jamás había sido capaz de imaginar y ahora se me presentaba como la más real de las experiencias. Me encantaba subir tu falda unas veces y otras deslizar mis manos bajo ella, desde arriba, apretando hasta casi arañarte.
Dejé de besarte, te separé con un movimiento de mis brazos y me quedé inmóvil mirándote, emborrachándome de ti. Tu cuerpo, empapado, con los pechos ofreciéndoseme, mirándome, apuntándome. El pelo mojado, tu mirada límpida. Miles de ríos que deseaba beber. Tus pies desnudos. Tus ojos me miraban preguntándome y sin esperar respuesta tu mano se adelantó y acarició la parte más palpable de mi excitación.
No decías nada, simplemente me mirabas y me tocabas, y pude advertir como mordías tu labio en un gesto de placer, cerrando tus ojos por un momento, a la vez que introducías la mano bajo el pantalón para cerciorarte de que todo aquello era real. Así lo sentiste. Era maravilloso sentir tu mano acariciándome bajo la ropa. Te acercaste a mi oído y sin dejar de tocarme me susurraste: “quiero tu polla”
Te llevé hasta el coche y sujetándote bajo los brazos te senté en el capó. Las piernas colgaban y tú, apoyada con tus manos hacia atrás me mirabas pidiéndome algo, a la vez que abrías las piernas.
Ignoré tu deseo y mi boca se dirigió a tus pechos. Rasgué la camisa, frontera de mis deseos, y te lamí. Lamí tus senos queriendo beberlos, mi lengua jugó con tus pezones duros, y mis labios los mordían y los estiraban y sentías que tu deseo se desbordaba y que me querías más abajo. Seguí el contorno de tus pechos reconociéndolos con mis besos hasta llegar a tu vientre y una vez allí casi podía oler tu deseo. Solté tu falda abotonada a uno de tus muslos y quedó como un mantel sobre el que te me ofrecías como un manjar. Agarré tus braguitas y tiré de ellas sin necesidad de que te movieras. Estaba ante mí, mirándome, abierto, mojado, deseoso, húmedo, ansioso, necesitado, expectante, hermoso, impaciente. Mi nariz aspiraba las sedas de tu sexo y mi lengua se disponía a acariciarlo como a la más frágil de las flores. Al primer contacto se contrajo como si tanta espera lo hubiera vuelto cobarde, pero después se entregó a mí rendido. Tu cabeza se inclinó hacia atrás y sé que tus ojos estaban cerrados. Mi lengua jugueteaba con ese punto que tanto me necesitaba, girando en torno a él, una y otra vez, unas veces lento otras muy aprisa. A veces hacía una batida comenzando en lo más hondo y subiendo fuertemente una y otra vez hasta llegar al cénit, a grandes recorridos, sin que ningún rincón escapara a mi lengua. Cuando sentí que deseabas más mi lengua, esta se retiró y los labios aprisionaron tu clítoris.
Y allí estaba yo, con mi cabeza sujeta por tus piernas, sin dejarme ir, y con mi boca bebiendo de ti.
Seguí aferrándome a ti, saboreando, queriendo extraer de tu clítoris el mayor placer. Tus brazos no aguantaron y se rindieron. Entonces tu cuerpo quedó tendido en el coche, liberándome de rus piernas, abriéndose más y más, ofreciendo tu manjar lo mejor posible. Sólo se oía tu respiración y la lluvia. No cesé en mi trabajo ni un momento, y advertí que tu piel estaba erizada, que tu cabeza en el capó no dejaba de moverse a un lado y a otro y que tus piernas estaban cada vez más abiertas hasta casi desgarrarse. Mis manos te sujetaban por los muslos y los acariciaban pero tú apenas lo sentías porque mi boca no te dejaba pensar en otra cosa. Sentías mis labios perfectamente, sentías mi saliva en tu sexo, sentías como a veces, tu clítoris se rozaba con mis dientes, hacia adelante y hacia atrás, y otras veces cómo era mi lengua la que lo acariciaba, sin que en ningún momento acabara aquel movimiento de vaivén provocado por mi succión.
Chupé y chupé cada vez a más velocidad y levantando la vista pude ver como tu vientre y tu pecho se convulsionaban de placer. Tu pecho se llenaba de aire y se desinflaba y tu vientre reaccionó a cada uno de sus movimientos, del mismo modo que el resto del cuerpo reaccionaba ante mis labios con espasmódicas sacudidas, en un infinito orgasmo, que nunca parecía acabar y que, finalmente fue suavizándose y espaciándose cada vez más en el tiempo, hasta quedar rendida y completamente relajada.
Te hice incorporar y resbalar hasta mis brazos, y mientras tu culo se deslizaba por el capó tus ojos se entreabrían, sin apenas fuerzas y mirándome en una especie de pregunta cuya respuesta ya sabías. Al llegar a mí, la punta de tus pies casi tocaban el suelo y notaste como iba introduciéndome dentro de ti. Cuando finalmente pudiste sentir completamente el suelo mojado en tus pies yo estaba ya todo lo profundo que podía estar y volví a ver como mordías tu labio inferior. Apoyaste tu redondo culo en el coche y me abrazaste nuevamente con las piernas. Comencé a entrar y salir muy despacio, pero cuando lo hacía, salía hasta quedarme completamente fuera y cuando entraba era hasta lo más profundo, de modo que mi lentitud se compensaba con mi intensidad y pude verlo reflejado en tus ojos que apenas si podían mantenerse abiertos para mirarme. Cada vez que iba, lento y pausado, podías notar cada uno de los relieves de mi miembro, sentías como cada relieve te acariciaba por dentro sin dejar nada intacto, cada movimiento de mi pelvis te desesperaba de placer. La danza era perfecta, todo mi cuerpo, con ritmo acompasado, se retorcía para culminar el movimiento dentro de ti. Tu cuerpo era un magnífico coro del mío con el que sus movimientos quedaban perfectamente integrados.
Te giraste y ahora estabas sujeta al borde del coche, de pie, mirando hacia atrás, esperando recibirme en cualquier momento, con tus piernas firmes y tu culo esperándome llegar.
La lluvia ahora caía violentamente, como presagio de lo que se avecinaba.
Y así llegué. Justo como más te gusta que te folle, justo como más me gusta follarte. Ahora no era suave como antes, ahora todo era como una estampida, y te penetraba con violencia, con rapidez y sin descanso. Te gustaba sentir mis manos agarradas a tus caderas, y cómo mi vientre golpeaba tu culo a cada movimiento. Tus pies se ponían de puntillas porque te me ofrecías aún más, para sentirme cada vez más y más adentro y yo te correspondía con embestidas más fuertes. Tu cabeza se giraba para verme aunque tus ojos estaban cerrados por el placer. Querías mirarme, porque querías ver como todo mi cuerpo serpenteaba y culminaba su movimiento en cada golpe que recibías por detrás, en un movimiento sin principio ni final, en un hachazo directo a tu interior. Sabías que en cualquier momento llegarías al orgasmo, y completamente entregada a mí sólo te quedaba esperar.
La espera no fue larga. Tus gemidos eran mayores y tus piernas comenzaban a flaquear cuando sentiste como mis movimientos se volvían extraños y espasmódicos, y de repente el calor de mi cuerpo brotaba hasta el tuyo y te bañaba, y te inundaba, y te quedaste sin fuerzas sintiendo como me derramaba dentro de ti, y las rodillas te temblaron, y los músculos se relajaron.
Y allí quedamos, tú tendida sobre el coche, y yo tendido sobre ti mientras la lluvia continuaba.


Málaga. 2006. Ed. Edeneste. Col. Solezar.