lunes, 27 de febrero de 2012

HISTORIA DE UNA HOJA DE RECLAMACIONES. CAP. II. Opera prima. (Francisco Marsó)

OPERA PRIMA (2/5)

Fue un viernes por la noche. Estábamos bebiendo detrás del Hipercor para enfrentarnos a una noche en los pubs de moda cuando de repente sentí la imperiosa necesidad de escenificar la coda de un bonito proceso digestivo. Siendo consciente de que mi noche acababa de empezar y aferrándome a lo que ya se había convertido en una máxima en mi vida "no dejes para cagar mañana lo que necesites soltar hoy" me dirigí junto con mi amigo A Punto Jota Punto a Mesón El Pipos, sito en calle Cañaveral esquina con Santa Clotilde. Allí pedimos una cerveza y un Fanta negra y, mientras llegaba la tapa, hice una incursión a los servicios dispuesto a deshacerme de lo que otrora fuera comida en buen estado. Mi decepción fue total, cuando tras subir una rampa para minusválidos, (lo que me hacía presagiar una gran calidad toiletística) me di de bruces con unos servicios que adolecían de elementos tan básicos como la celulosa, en cualquiera de sus formas, y de un cerrojo, también en cualquiera de sus formas.
Decepcionado y visiblemente preocupado, salí de aquel muladar y tras comunicarle a mi amigo la situación, me encaminé a apenas unos metros al otro lado de la calle, al conocido como Cafetería Los Pipos, perteneciente a la misma franquicia.
Sin muchas ganas de hablar y quizá, lo reconozco, algo desaforado, entré en la cafetería y sin mediar palabra, pues no era el momento para ello, me encaminé a los servicios:
- ¿A dónde vas? - se dirigió una voz hacia mí desde el otro lado de la barra.
- Al servicio - respondí al tiempo que me giraba para mirarlo a la cara.
- No.
Sonó seco y rotundo.
- ¿Por qué no?
- Porque yo no quiero.
Y sus palabras se me hicieron como la más brutal de las agresiones al razonamiento, al diálogo y a mis ganas de defecar en su maldito cuarto de baño.
En absoluto amedrentado, y con una inusitada rapidez me volví al engreído camarero y le pedí la hoja de reclamaciones.
- No te la doy
- ¿Por qué no?
- Porque no quiero, y ahora llama a la policía si quieres.
El guante estaba lanzado y ni qué decir tiene que lo recogí ipso facto. Sin mediar más palabras volví a donde mi compañero esperaba, y tras un largo trago para acabar nuestras consumiciones lo arrastré hasta una cabina de teléfonos (pensad que en aquella época no había móviles) con inquebrantable intención . Una moneda de cinco duros después me encontraba hablando con las excelentísimas y maravillosas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad a través del 092. Tras mis explicaciones y petición de auxilio de mis derechos comencé la espera de una lucha que en cualquier caso ya tenía perdida, pues independientemente del resultado, la biológica necesidad de soltar un cagarro debería esperar a tiempos mejores.
Esperé allí un rato, solo, nervioso, en la fría noche de invierno, mientras mi amigo se desplazaba a contar la buena nueva al resto del grupo (en aquella época no había móviles, eso ya lo había dicho ¿no?)
Poco tiempo después de que ya todos estuviéramos reunidos, llegó la policía. Les conté lo sucedido y les expliqué, que el camarero tenia la ¡obligación!, y remarqué bien esta palabra, de dejarme pasar pues los servicios de los bares eran considerados como servicios públicos y por tanto no tenía la necesidad de ser cliente para usarlos. No me preguntéis cómo, pero ya fuera por ciencia infusa o por una mera especulación, tenía la completa seguridad de que aquella argumentación era cierta. El policía, perplejo ante tal demostración de conocimiento de las ordenanzas y leyes que rigen a los establecimientos públicos del ramo de la hostelería y ante su más completa ignorancia, no tuvo por más que ponerse en contacto con la central, la cual, al parecer, le confirmó que toda aquella palabrería de mierda, nunca mejor dicho, era cierta.

-Aguarde aquí- dijo uno de los policías, y entraron a la cafetería a dialogar con el simpático camarero.
No sé si fue porque era la hora de cerrar, no sé si fue porque la cafetería no tenía licencia de estar abierta a esas horas o si sería por la presencia de los uniformados, pero el caso es que, el local se vació en cuestión de minutos.
El policía que me había conminado a esperar fuera salió y me dijo: "el señor (por el camarero) dice que él no le ha negado la entrada al servicio, y que si lo desea puede usarlo sin ningún problema". Como todo el mundo sabe gracias al refranero español "la mancha de mora con otra verde se quita", y aunque mi garganta no estaba sequita sí es cierto que la demora había apaciguado mis pretensiones y ya no me apetecía hacer uso del W.C. así que le dije con absoluta corrección: "no gracias, ahora sólo deseo que me dé la hoja de reclamaciones".
Visiblemente nervioso, entramos todos en la cafetería y me dispuse a interponer mi queja. Mis nervios quedaban patentes en mis temblorosas manos, por lo que me vi obligado a requerir la ayuda de uno de mis acompañantes y dictar mis palabras:
"habiéndome encontrado en la necesidad de usar el servicio....bla, bla, bla"
Lo mejor de toda aquella experiencia fue ver la cara seria del camarero al entregarme la hoja, quedarse con la copia blanca y extenderme la rosa. Completó todo el proceso con la más absoluta frialdad y en silencio, debido, supongo, a la presencia de los agentes, pues de otro modo estoy seguro de que se habría deshecho en halagos hacia mi persona.

Lo que vino a continuación no tiene mucho interés. Bueno, en realidad lo que he contado hasta ahora tampoco lo tiene, así que... diré que me respondieron dentro de los quince días posteriores al suceso, tal y como dicta la ley, negando los hechos que yo había descrito. Ante esto yo tenía la posibilidad de acercarme a la OMIC (Oficina Municipal de Información al Consumidor, otrora sita en la calle Gran Capitán y ahora en su nueva ubicación en la calle Gran Capitán, solo que en otro número, unos doscientos metros más abajo) y continuar con el proceso debido a mis disconformidad con la respuesta. Por entonces, yo no tenía tanta diligencia como ahora, y ante la falta de apoyo de la gente, siempre me aconsejaron no seguir pues "no iba a conseguir nada igualmente" según decían, me relajé y dejé aquella reclamación en el limbo de las reclamaciones vagando sin rumbo eternamente.

Con aquella reclamación se inició un ciclo, aún por concluir, de no una, ni dos, ni tres, sino ¡cuatro! reclamaciones. Sí, ya sé que no son muchas, pero, como he dicho: es un ciclo aún por concluir.

Lisboa. 2012. Ed. Morgana. Col. Fata.

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