viernes, 6 de septiembre de 2013

LADY STARDUST (Harry Haller)

                


                                 La calma era absoluta en el inmenso negro espacio por el que viajaban. Bandadas de asteroides pasaban a los lados de la nave tan rápidos como mentiras pero sin riesgo de colisión. El indicador de insonorización estaba conectado y el silencio era ensordecedor, demasiada calma para estar viajando un punto y medio por encima de la velocidad de la luz. La sensación que esa situación hubiera producido en un humano habría sido similar a introducir un ratón en un microondas durante dos ciclos lunares solo que en este caso los efectos se hubieran hecho notar en diez centésimas de segundo. En cambio para un androiode con esqueleto de calcoaluminio, reguladores de velocidad y cubierta de colágeno 3.8 la impresión se reducía a un poco de electricidad estática que ni siquiera llegaba a afectar a los circuitos de temperatura, los más sensibles en este modelo.
                   Así era Lady Starrdust, allí flotando en aquel líquido conservante, conectada a las tomas de alimentación, a los controles de función y al regulador de activad. Parecía un ángel, un ángel cósmico, con su largo pelo negro y su calcárea pseudodermis. Dormía tan mansa como un cometa a lo lejos, hasta que el temporizador de regeneración se encendió con una luz azul y ella abrió los ojos, al principio negros, luego un breve destello rojo y ya por fin su verde natural, con una pupila expandida y otra contraída.
                  El líquido de su capsula empezó a descender y cuando se hubo vaciado Lady Salió. Totalmente desnuda se acercó a la mampara contigua y desconectó el regenerador de su compañero, Ziggy ya había descansado lo suficiente. Sus mecanismos se pusieron de nuevo en marcha y desplazó su cuerpo de diseño hasta la ventana de visualización, dónde se reconoció durante unos segundos. Las gotas de formol alterado químicamente corrían hacia la gravedad del suelo regulada a la escala universal. Eran torrentes de crisol que rozando sus nalgas reciclaban la perfección de su tacto, algodones que acariciando sus pechos reconstituían su piel de laboratorio, finas y rectas órbitas que realzaban su sensualidad, única cualidad adquirida por sí misma, sin necesidad de programación previa. Un momento y su cuerpo ya estaba seco, su temperatura se acercaba a la requerida. Introdujo su dedo en aquel eléctrico orificio y y el visualizador gráfico comunicó la correcta actuación de sus funciones. Para entonces Ziggy se había secado y esperaba detrás de ella. Lady Stardust sacó su dedo y se dirigió a un arcaico cristal de espejo con unos rudimentarios artículos de maquillaje.
                      Era Ziggy quien ahora comprobaba su nivel de actividad mientras la miraba. Estaba sentada frente al espejo con la gracilidad de un satélite, el misterio de un agujero negro, la absoluta perfección de un sistema estelar, la inmensidad de una galaxia y el orden del cosmos. Sus dedos pinzaron la brocha y aquellos átomos de maquillaje se apresuraron sobre su rostro eléctricamente cargados. Los polvos daban un toque lívido en su eternamente blanca piel y, a pesar de todo, su aspecto no era vulgar. Ahora el lápiz de labios recorrió con precisión los surcos de su boca haciéndola poseer brillo solar. La sombra de ojos resbaló con pinceladas largas como órbitas de Hiperión. Lady Stardust poseía casi vida espiritual, era tan perfecta que era imprescindible, no era un elemento más sino algo crucial, una clave, una explicación, un alfa y una omega, existía ya antes de aquella gran explosión y sin duda existiría después de que todo hubiera acabado.
                   Terminado el maquillaje se levantó, cogió su traje de encima de aquel amasijo de cables (Ziggy siempre decía que algún día lo arreglaría) y posteriormente introdujo las ordenadas piernas y los frágiles brazos en la prenda. La tela de amianto esmerilado encogió y se aferró a su escultura, marcando sus formas de computadora, su gracia animal y su clase de diosa, luciendo tan bella como la noche. Estaba lista para actuar. Veía a Ziggy con sus tejanos marca “Major Tom” y su guitarra y pensaba que quizá este fuera su último concierto con “The Spiders from Mars”, ya que a pesar de haber evolucionado desde los tiempos de los ecualizadores de precisión su música ya no interesaba. Pensó que después de todo, ser heraldo de los nuevos géneros no era suficiente, que quizá debía dejarlo todo..., y no sólo la música sino todo.
                Era probable que después del concierto, después de tocar su canción ante aquellas “femmes fatales de las sombras” volviera a la nave y no se conectara al turbo-regenerador. Se tendería en el suelo y yacería eternamente, allí, con los cables de su vientre arrancados y con daños irreparables en sus circuitos de memoria, un auténtico “Rock n´ Roll suicide”


Extraido del  fanzine SOUND. Granada. marzo-abril 1998.   

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