miércoles, 5 de octubre de 2011

PERIPLOS Y EPISTOLAS. CAP. IV. Como en España pero en inglés (Pedro Pablo Passatini)

¿A qué me refiero con esta sugerente, enigmática e ingeniosísima pregunta? pues que yo creía que sólo en España éramos cutres. Sí, y  me parece a mi que hay más sitios donde se hacen las cosas reguleramente. Me estoy refiriendo a la nevada de antiyer y ayer aquí en Londres. Resulta de que se puso a nevar el domingo por la noche (bueno, en realidad a las 7 de la tarde, pero como aquí anochece a las 5, parecía que era mucho más de noche aún). El caso es que llega el día siguiente y la ciudad está paralizada completamente: no había autobuses, no había metro, no había trenes. Bueno, en realidad sí había, pero no estaban funcionando. En España esto ha pasado y la gente se ha indignado, y como  por todo es conocido el refrán "mal de muchos, consuelo de tontos" yo, como tal que soy, me consuelo pensando que hasta en Londres a veces la falta de previsión y las cosas no muy bien hechas pueden suceder. La próxima vez verás como tienen más cuidado y no permiten que nieve tanto.

Acerca de la nevada diré que tengo opiniones encontradas. A mi me gusta mucho la nieve, quizá no tanto como a mi primo Adolfo pero me gusta. Pues me desperté el lunes para ir a trabajar a la magnífica hora de las 5 de la mañana y tras solazarme pensando en que soy un triunfador por tener que despertarme a esa hora para ir a trabajar , pude ver cómo todo estaba cubierto por un hermoso manto blanco. Ya la noche anterior estaba nevado, pero ahora el límpido blanco lo cubría todo totalmente. Parece ser que fui el primero de la urbanización en salir, como atestigua la foto adjunta tomada por Geno desde la ventana (que también hay que tener ganas para levantarse a las 5 y hacerme una foto mientras me voy) en la que podréis advertir sólo mi huellas.
Cuando llegué a la parada de autobús estaba en un éxtasis de placer por tan grandiosa visión de cómo un fenómeno tan atmosférico y tan curioso hacía cambiar tanto el aspecto de una ciudad.
Allí tardé apenas 30 segundos en descubrir que no había autobuses porque se lo oí decir a una mujer mientras hablaba por teléfono (no, no es que esté mejorando mi inglés, si acaso mejoro mi portugués, pues ese era idioma del diablo que utilizaba susodicha dama). Necesitando personarme en mi trabajo, como persona cumplidora que soy (ya sabéis que todos los años el 6 de noviembre cumplo) tomé la decisión de caminar en dirección al trabajo con la esperanza de,en la estación de trenes de Earlsfield, coger un tren. Todo estaba silenciosamente bello, y la nieve no dejaba de derramarse desde las nubes hasta el suelo (en algunos casos se derramaba hasta el techo de los coches, los tejados, los árboles, las barandillas, y un largo etcétera.) Yo, armado con mi gorro impermeable, caminaba y admiraba la celestial visión, contento de haberme comprado aquellas recias botas en El Corte Inglés (por cierto, pensé que aquí habría Corte Inglés, dónde si no, pero hasta ahora no he visto ninguno, salvo uno que se hizo Geno el otro día en el dedo mientras cortaba cebolla, aunque no fue en el dedo exactamente, más bien fue en la cocina).
Tras 15 minutos de caminata llegué hasta la estación de trenes antes citada y preguntando me informaron que no había trenes funcionando. ¿A donde coño voy yo al trabajo - me pregunté para mis adentros- si no hay servicio de ferrocarril y yo trabajo en una estación de trenes?, pero, quizá fuera porque había cenado poco la noche anterior, o quizá no fuera por eso, aun así continué en dirección a mi meta que en aquel momento era el trabajo.
Llevaba ya 30 minutos andando, con una nieve de 20 centímetros de espesor y ya no parecía que se derramara tan bellamente. Cuando caminas durante media hora, levantando tanto las piernas para superar la nieve, dejas de pensar en lo bello que está todo, sigues siendo bonito, de acuerdo, pero ahora son pequeñas mierditas blancas, bonitas, pero mierditas.

La cosa aún empeora cuando son 45 minutos. Cuando estás tan cansado que coges un puñado de mierditas para echártelo a la boca y refrescarte, cuando el corazón se te sale del pecho, cuando no sabes si es mejor quitarse de fumar porque estás bajo de forma o ya que estamos me paro y me fumo uno. En ese momento, miras hacia el suelo y ves tus piernas saliendo y entrando a cada paso de un enorme montón de heces acumuladas en el piso (en el piso y en los techos de los coches, los tejados, los arboles, las barandillas, y un largo etcétera.) y te cagas en la mierda (o sea, en la nieve) y en cuantas finuras sean capaz de ocurrírsete en ese momento, que afortunadamente no son muchas, porque el oxígeno ya no llega claramente al celebro y apenas puedes pensar (máxime si ya eres un poco oligofrénico como me diagnosticó el Dr. Solís).

Con los pies fríos, la mitad de la piernas empapadas y tras una hora de caminata a un buen ritmo (calculo que con ese ritmo en una hora habría ido de la Chana al Zaidín y vuelto) llegué a la estación donde trabajo.
Lo peor de todo fue que había muchos gilipollas como yo que habían intentado ir a trabajar, o bien sencillamente gente que tenia previsto viajar y se encontraron allí,  esperando trenes que no llegaban y que por supuesto tampoco salían. Todos aquellos gilipollas estaban con frío y con otras dos cosas por delante: una espera indefinida para coger el tren y al Gilipollas mayor (que era yo) que había caminado una puta hora, por entre la mierda, y que estaba allí plantado como un gilipollas (nota: buscar sinónimos de "gilipollas") para ponerles un puto café.

Al menos me consuelo pensando que llevé algo de calor a los fríos cuerpos de aquella desesperanzada gente.
Mentira, eso no es consuelo.

                                                                                                              Londres, 3 de febrero de 2009.
http://www.gmap-pedometer.com/?r=5124687

Madrid. 2009. Ed. Los viejos de Will y Berg.