sábado, 5 de noviembre de 2011

AVENTURAS Y CUITAS DE DIVERSA ÍNDOLE DE UN HOMBRE DIVERSO (Lucas Pinzón Ontario)


El fin de semana empezó muy pronto, el jueves para ser más exactos, si bien es verdad que con desigual fortuna.

Para empezar, ese día, mi ordenador dejó de funcionar inexplicablemente, justo tres días después de haberlo recogido de la tienda. Allí le habían cambiado un disco duro que había muerto, dejando tras de sí un montón de fotos,  un reguero de recuerdos y un largo camino de trabajo, de modo que volví a llevarlo a arreglar haciendo así valer la garantía que aun tenía la reparación.
Por otro lado estaba yo muy contento pues ese día llegaba a Lisboa un gran amigo mío. Era mi archifamoso amigo polaco Pavel, al que conocí en Londres y que fue quien me hizo la vida más fácil en la capital de la Pérfida Albión. Sí, sólo estuve allí un año, lo sé, pero nos hicimos muy amigos y hacía ya dos años que no lo veía, con lo que mis nervios eran comprensibles.
La mañana de autos, el viernes, que fue cuando quedamos en vernos, habíamos convenido en que los recogería (a él y a su mujer) en la Praça da Figueira tras recibir su mensaje avisándome de la llegada. Yo había intentado llamarlos por teléfono para hacer más fácil el contacto, pero por algún motivo que desconozco sólo podíamos comunicarnos por mensajes, lo que dificultaba el intercambio, ya que mi móvil está en español y escribir en inglés era un arduo trabajo. Finalmente aquella mañana tuve noticias suyas y tras recibir el sms, me aventuré en su busca. Y allí estaba yo, mirando a diestra y siniestra, buscando con la mirada a mi buen amigo, cuando de repente me acerqué peligrosamente a la estatua que orgullosa se yergue en mitad de la plaza. (Lo que viene ahora tiene dificultosa explicación). Alrededor de la susodicha estatua, se levanta, a un palmo del suelo, una especie de tarima de piedra. Flanqueando la tarima y circuncidándola toda hay un pequeño desaguadero dónde la gente aprovecha para tirar latas de cerveza si bien, en multitud de ocasiones, también es arrojado el contenido de éstas tras pasar por un proceso de digestión y metabolización. Es por esto que, mientras yo miraba al infinito buscando al par de desorientados amigos, la línea de mi horizonte quedaba demasiado alta como para observar tal accidente geográfico, y fue así como mi pie, descuidado e inocente, se apresuró sobre el escatológico hueco, propiciando que parte de su contenido, no sólo empapara mi zapatilla y parte de mi pantalón, sino que saliera despedido en un haz de brillante orina que refulgió con los rayos del sol mezclándose con el universo, evaporándose y volviéndose a solidificar (valga la paradoja) en unas preciosas y admirables gotas doradas, que a cámara lenta contactaron con mi sahariana llegando incluso, una de ellas, a besar amorosamente mi cara ungiéndola de por vida.

Si la situación era ya de por sí algo... digamos incómoda, añadiremos a ello que cuatro jóvenes de raza negra y aspecto desenfadado se apercibieron del milagro de la física que acababa de acontecer, lo que me cabreó aun más. Me miraban y se reían mientras yo maldecía para mis adentros profiriendo contra ellos multitud de insultos hacia su juventud y su desenfado. El mundo seguía a su ritmo mientras yo, algo empapado en orín humano y objeto de las burlas de aquellos simpáticos hijos de puta, sacaba mi móvil Nokia última generación del 2005 del bolsillo para llamar a Pavel. Obviamente no pude contactar con él, eso habría sido demasiado fácil y el destino ya me había avisado de que sólo podría ponerme en contacto con él a través de mensajes de texto. Mientras las risas retumbaban y el olor comenzaba a hacerse patente me dispuse a escribir un infinito mensaje en inglés para advertir a mi amigo de que que por motivos X (que él despejara la X si quería) me iba a retrasar un poco. Afortunadamente mi casa está bastante cerca de la plaza de la fatalidad, así que me dirigí a ella mientras escribía el mensaje a la par que emitía señales olorosas marcando el territorio de sabe Dios que incívico cabrón.
Cuando ya parecía tener escrito el mensaje, al parecer el destino quiso volver a reírse de mí y recibí una inesperada llamada telefónica. Acababa de joder el mensaje que tenía casi terminado. Era alguien que hablaba muy rápido y que trataba de explicarme, en un perfecto e incomprensible portugués, que mi ordenador tenía un problema con las "actualizaçoes" y que "no sé qué de bla bla bla" y de la "reistalaçao do sistema operativo". La verdad es que mi ordenador me importaba una puta mierda. Yo apestaba a diez metros, tenía una gota de orina en mi cara y mil en mi ropa, tenía a una pareja de polacos perdidos en Lisboa y esperando tener noticias mías y cuando ya casi tenía el mensaje escrito va y me llama el tío. ¿Cómo se pueden juntar tal cúmulo de incómodos y simpáticos imprevistos en tan poco tiempo?

Finalmente, al parecer, accedí a que me reinstalara Windows, aunque la verdad es que no recuerdo muy bien lo que hablamos, y tras su interrupción volví a escribir el mensaje, más sucinto esta vez. Es curioso como la adversidad aguza nuestro sentido de la síntesis. Tras ello, y ya en la puerta de mi casa, subí raudo y veloz y me metí en la ducha, liberándome de aquella broma que el destino había querido jugarme.

Lo demás es otra historia y, como decía Michael Ende, debe ser contada en otro momento.


Lisboa. 2011. Ed. Saudades. Col. Viajeros.

2 comentarios:

  1. Curiosa coincidencia. A los pies de esa plaza estuve yo esperando a poder entrar en mi hotel -Hotel Mundial-( porque no nos dejaban) durante 2 o 3 horas. Fue un septiembre del 2009. Después de una noche sin dormir en el aeropuerto de Madrid, y con alguna sustancia ilegal en mi pantalón.

    Preciosa Lisboa, por cierto.Y esa luz que tiene y qué tópico más real.

    ResponderEliminar
  2. Tú te has empeñado en hacernos leer. Y yo no tengo tiempo ni ganas de leer. Que llevo un montón de Atalayas atrasadas y ya he perdido la cuenta de cuando viene el fin. Ni siquiera sé si estamos en los últimos días o en los penúltimos.
    P.D. Tengo yo una foto al pie de esa estauta, pero esa es otra historia, y como dice Cecilio Montijo, parafraseando a Michael Ende, debe ser contada en otro momento.

    ResponderEliminar