jueves, 1 de marzo de 2012

HISTORIA DE UNA HOJA DE RECLAMACIONES. CAP. V. Remate final. (Francisco Marsó)

REMATE FINAL (5/5)

Paciente como un gato, me resguardé como un ladrón en las sombras durante un año y medio para saltar como un tigre sobre su presa inocente y sorprendida como una gacela y como un niño ante algo inexplicable como Falete, respectivamente, lo que en otras palabras quiere decir que el otro día por fin me desquité.

Parece ser que aquí en la capital del nuestro país vecino, (me refiero al país vecino al que no echamos cuentas, no al de los que nos volcaba los camiones de fresas) con motivo de la crisis y de todos las medidas que las empresas quieren tomar, los empleados no se sienten exactamente conformes y promueven huelgas que afectan muchísimo a los dirigentes. Es por esto que en los trasnportes públicos de Lisboa se han sucedido hasta la fecha alguna que otra huelga con la consiguiente molestia a los que nos valemos de él para llegar a nuestros puestos. El derecho a la huelga es, como la propia expresión dice, un derecho que hay que respetar y como tal lo respeto. Entonces, ¿cuál es mi queja?
Pues bien, el día de autos, y digo "autos" porque era el único transporte de locomoción que funcionaba ese día (junto con los servicios mínimos de autobús) yo tenía que ir a trabajar. Mi bono mensual de metro (mensual es mucho decir, en realidad solo me da para 30 días) me permite usar el susodicho transporte cuantas veces me dé la gana dentro de esos días, pero, cuál fue mi sorpresa al ver que el día de la huelga no funcionaba. Vi así como me era de esta manera arrebatado uno de los días por el que había pagado. Dicho de otro modo: que de los 24 € de bono abonados, acababan de robarme de mala manera 0,80 € amén del trastorno que me supuso aquel día tener que desplazarme andando (o haber gastado dinero en taxi o autobuses, si es que eso hubiera decidido).

No conforme con esta situación, de nuevo requerí los servicios de mi apoyadora Eme punto A punto para asesorarme en la redacción de la queja que me disponía interponer.

Un día después de la huelga, llegados a la estación de metro pertinente (mi acompañante y yo), pedí una hoja de reclamaciones para expresar mi disconformidad. ¡Atención! qué cara más dura tienen estos caballeretes, pues ante esta petición lo primero que hacen es darte un pliego suelto, propio, de la empresa, y sin ningún valor oficial.
Obviamente, aquello no satisfizo mis demandas por lo que fui un poco más allá y me personé en persona y personalmente, como a mí me gusta de hacer, en la "oficina de atención al cliente" (o algún nombre por el estilo). Aquí en Lusitania hay una gran afición por guardar turno. Yo sospecho que algún tipo de mafia que opera con máquinas expendedoras de números ha llegado a algún acuerdo con el gobierno, pues allá dónde vayas, se cual sea el sitio debes guardar turno. En la Seguridad Social, hay que sacar número, en la Oficina de Empleo, hay que sacar número, en una farmacia, hay que sacar número, en una carnicería... bueno en una carnicería es normal. Pues eso, que aquí también había que sacar número, pero claro, no pensé que para una reclamación hubiera que hacerlo, de modo que me aproximé a una señorita detrás de una mesa y le pedí:

- Desculpe, queria uma folha de reclamaçoes - solicité en su bello idioma con mi sucio acento español.
- Como? - preguntó ella.
- Queria uma folha de reclamaçoes.
- Aaaahh - respodió burlona - uma "FOLHIA" de reclamaçoes - empeñándose en acentuar su buena dicción del portugués y tratando de mofarse de mi acento, sin saber que yo en secreto me limpio el culo con su idioma.
- Ohh, simmm, desculpe o meu sotaque, uma FOLHA de RECLAMAÇOES - interferí con el acento más artificial y caricaturesco que pude.

Para entonces la señorita, por no llamarla una mala palabra, ya había sacado una de esas hojas de reclamaciones propias que antes nos habían dado. Ante mi disconformidad, y preguntándole por la existencia del livro de reclamaçoes (sí, así es, en pleno siglo XXI y aún no se han enterado de que libro se escribe con b) me conminó a sacar número y esperar mi turno.
Yo, que cuarenta y cinco minutos después debía empezar a trabajar, no tenía tiempo para aguardar a que me tocara, de modo que pedí a mi amiga que saliéramos de allí y nos volvimos a dirigir al sitio donde venden lo metrobuses.
El resto de la historia, así como todo lo anterior, no tiene interés ninguno (como puede observarse en el gráfico de más arriba), así que no lo resumiré. Pedimos el livro de reclamaçoes. Presuroso el empleado lo sacó, lo colocó en una barrera del metro, a modo de mesa, y lo sujetó para que pudiera rellenarlo. Me recordó a aquellos dibujos animados en los que alguien tiene una máquina del tiempo y quien quiera puede viajar con él con sólo estar en contacto físico cuando se activa el aparato, y así, aquel tipo no dejó de sujetar aquel maldito libro en todo el tiempo que estuvimos allí como si en cualquier momento fuera a desplazarse al futuro (en Portugal sólo se puede viajar al futuro pues en el pasado ya están). Para cuando terminé de escribir mis datos personales mi amanuense pasó a la acción y tradujo y transcribió mis palabas al portugués. El tiempo apremiaba, pues veinte minutos después debía estar trabajando. Sin duda no era la mejor situación para hacer literatura, pues el señor del metro, además de no apartarse ni medio milímetro de la celulosa que estábamos rellenando, y para más INRI, comenzó un panegírico con el que trataba de desmontar las razones de la queja que me disponía a interponer. Y así mi amiga escuchaba al señor, le respondía, me escuchaba a mí, me traducía y escribía con la consiguiente demora en la acción.

Me temo que aquí acaba esta historia, si bien es cierto que el final es un final abierto a capítulos venideros.
Con todo, estoy convencido de que debería añadir algo más a todo, no me parece un digno final para tan noble empresa, sino más bien soso. Voy a intentar adornarlo un poco:
            Y entonces, cuando estampé mi firma y el empleado me otorgó mi copia del original, una fuerza, una energía en forma de luz azul salió del libro de reclamaciones, viajó a lo largo del metro a la velocidad del pensamiento, y se instaló en mí a través de mi pecho. En ese momento me fueron otorgados ciertos superpoderes como el de arquear las cejas como Carlos Sobera o el de calentar potitos al baño María sin agua. También me fue concedida la llave de oro que abre todos los servicios del mundo que estén limpios y perfectamente acondicionados para cagar. Entonces salté, miré a mi amiga y le dije, "he de irme, tengo que trabajar", y me fui volando.

APENDICE

Cuando terminé de escribir esta historia no me pareció digno el final, pero hace unos días recibí una carta que sirve de brillante epílogo. La carta viene a decir algo así como que la empresa lamenta los trastornos pero que no puede asumir la responsabilidad de los títulos adquiridos anticipadamente. Además informa que quedan excluidos de responsabilidad tal y como se certifica en la clausula de las condiciones generales de utilización de bla, bla, bla.

Es paradójico, pero esta historia, que comenzó con una ingente necesidad de descomer, finalmente termina con una carta donde se me conmina a que me coma lo descomido, o sea, que me coma una mierda.

Lisboa. 2012. Ed. Morgana. Col. Fata.

2 comentarios:

  1. por favor.....ésto no puede terminar.....NO DEBE TERMINAR!!!!!!

    ANITTA ROCK!!!!!!!!!!!1

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  2. Espero que hayas aprendido la lección y no vuelvas a poner una puta reclamación en tu vida.

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